‘Fuentes charras y coritas’ (II), por Ignacio Carnero

Tal vez para verificar la certeza del adagio de Ovidio ¿Qué cosa más dura que la piedra? ¿Qué cosa más blanda que el agua? Con todo, las duras piedras se taladran con el agua blanda, el articulista se siente impulsado con relativa frecuencia, durante sus cotidianos deambuleos por toda la rosa de los vientos de la entrañable Salamanca, a acercarse hasta las fuentes más o menos ornamentales que existen en esta ciudad.

A bote pronto, el paseante recuerda la de La Alamedilla, con sus cisnes tontivanos y presuntuosos y sus simpáticos patos. La vetusta fontana del Caño Mamarón. La del paseo y jardines de Las Carmelitas, casi a la sombra del Niño del Avión. La antañona del franciscano Campo de San Francisco, así como la de más reciente creación en la plazuela del Oeste, y la también poco antigua de la Puerta de Zamora, ubicada sobre uno de los refugios antiaéreos que se usaron durante la Guerra (in)Civil española.

La fuente de la recoleta plazuela de Los Sexmeros, esa que luce sendas placas de pizarra con dos muy severas inscripciones varias veces centenarias: Los q dan consejos ciertos a los vivos son los mvertos y AD 1792 Aqvi mataron a un homvre, rvegven a Dios por el. La ignorada por casi todo el común de los mortales no sólo forasteros, sino incluso habitantes de la Ciudad del Tormes, en un rincón único, ameno como pocos, fascinante y paradisiaco, novelesco y poético del Huerto de Calisto y Melibea. En el cual, durante las soledades crepusculares parece que aún transitan, redivivas, las sombras de los personajes de la tragicomedia por excelencia, nacidos a la Literatura por arte de Fernando de Rojas.

Además de las fuentes cantarinas en las plazas de Santa Teresa, de Los Bandos, de La Libertad y en la Glorieta de Béjar, el paseante añora el manantial de La Zagalona -no Cagalona, según el vulgo-, venero hoy desaparecido de la faz de tierra, y que estaba ubicado como a un tiro de piedra de la embrujada Cueva de la Múcheres.

Fuente de la Carretera Candelario

Pocas más, cuyo recuerdo se pierde entre los recovecos de la memoria, pudiendo contarse, pues, con los dedos de ambas manos dichas fontanas, y eso que la capital de la provincia, cuando menos, centuplica en extensión y habitantes a la pequeña población serrana de Candelario, que hoy nos ocupa.

Aparte las regateras que surcan el suelo casi siempre pino y empedrado del lugar, y las auténticas alfaguaras que brotan, reventonas y salvajes, en los montaraces alrededores, ¿cuántas fuentes corren y cantan en su reducido núcleo urbano?

También a bote pronto y a vuelapluma, sin orden ni concierto, bien es cierto, a la memoria del ‘bitacorista’ acude el nombre de la fuente en la cuesta de la Romana, casi a la misma sombra del sol recién estrenado del magnífico edificio del Ayuntamiento. Con sus dos caños cantando día y noche, relajadores, no fue así bautizada porque por esos pagos estuviera avecindada ninguna hija ilustre de la impar Ciudad Eterna, Roma, también conocida por alguno como Salamanca la Grande, sino porque se deseaba honrar con dicha denominación al clásico instrumento llamado romana, que servía para pesar, habiéndose utilizado tal herramienta principalmente cuando la industria chacinera era floreciente en la villa candelariense o corita, que también así es mentada.

La fuente de Las Ánimas, a los pies del cementerio local, con sus aguas risueñas y cantarinas cuando los deshielos primaverales, pese a la gravedad del melancólico recinto que le brinda la sombra de las sombras, de los decrépitos recuerdos y de los olvidos, de las cenizas y el polvo de los que fueron un día, de las cruces, de los rosales, de las siemprevivas y de los lúgubres cipreses y sus murmullos…

La de la Hormiga, en otro cruce de callejas, en honor del minúsculo insecto, cantado en el refranero con paremias como Imita a la hormiga si quieres vivir sin fatiga, Hasta una hormiga muerde si la hostigas, Hormigas con alas, tierra mojada, etc.

Las fuentes, todas rotuladas en bellos azulejos talaveranos, bautizadas con las gracias de Cruz de Piedra, Calle Mayor y la Carretera, sin echarle más imaginación a la cometa, como vulgarmente se dice, sin encerrar más malicia ni intríngulis alguno, son así conocidas por la enorme cruz pétrea que la preside, una; por estar ubicada en dicha vía pública, la segunda; y por encontrarse, a las afueras de la localidad, en la carretera que conduce a Béjar, la tercera.

La de Perales, no sombreada por estos hermosos árboles de la familia de las Rosáceas, productores de peras, como parecería lógico, sino por grandes ramos de hortensias; y la del Barranco, que medio agoniza desde hace bastante tiempo durante los otoños y los inviernos, mientras las nieves cubren la sierra, en la amena cuesta del mismo nombre, que desciende desde el Mirador.

Y por último, la más dilecta para el viajero, que no es otra sino la fuente del Parque, formando monumento al nunca bien pagado benefactor José Agustín Jáuregui. Quien, además de socorros sin cuento a la Asociación Salmantina contra la Mendicidad y alivios de cuantas miserias y dolores de las clases humildes llegaban a su conocimiento, costeó por su sola cuenta en el Cerrado de Pita o Corrito de las Eras, allí en Candelario, la construcción de un magnífico albergue para solaz veraniego de los niños más menesterosos de Salamanca, tanto de la capital como de la provincia, sin escatimar gastos para enseñanza y alimentación de aquéllos durante su permanencia de un mes en la colonia. El cual Jáuregui fue el ‘inspirador’ del Callejero Histórico Salmantino, libro nacido a consecuencia de residir el autor de éste, el firmante del presente, en la vía pública dedicada al prohombre, del que nadie, en absoluto, ni los más sabios y viejos de la Ciudad del Tormes, sabía dato alguno acerca de quien daba a aquella calle su nombre.

En pago, sin embargo, a tamaña munificencia, cierta noche de malos vinos unos vándalos beodos, de esos a los que había que concederles, si existieran, condecoraciones y medallas por imbéciles, por duplicado, porque una de ellas se les perdería, sin duda, de puro mentecatos y borrachos, destruyeron aquellas esculturas que tanto daño debían de hacer al pueblo… Restaurado no hace muchos años el grupo escultórico, cabe confiar que nuevos incivilizados o gamburros no tornen a las andadas en su empeño de echar por tierra la máxima de Ovidio citada al principio, pretendiendo que sus cabezas son más duras que las piedras y que su ignorancia hace más daño que las blandas aguas.

Autor: Nacho Carnero

4 respuestas a «‘Fuentes charras y coritas’ (II), por Ignacio Carnero»

  1. Pues a mí, que me gusta beber de las fuentes de Don Ignacio, me ha gustado una barbaridad leerle y aprender más de mi tierra. Un abrazo enooorrrme para los Carnero.

    1. Otro para ti, cariño. Y gracias por tu comentario 😀

  2. El autor se ha olvidado de nombrar, entre las fuentes de Salamanca, a la fuente del Cántaro, que hace años estaba en las inmediaciones del colegio de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, en la que actualmente se conoce como Avenida de Raimundo de Borgoña y hace años conocíamos, simplemente, como carretera de Zamora

    1. Se lo recordaremos, María. Gracias por el apunte 😉

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