“Aquel que quiera desentrañar la identidad del sur de León, debe seguir el curso del río Esla, aguas abajo de Palanquinos, donde la vega se ensancha y es más próvida”. La frase, con su punto vehemente y pasional, la habían escuchado los paseantes en el filandón de verano, coincidiendo con la fiesta de uno de los pueblos que riega el padre Astura, un territorio reconocible en los párrafos del libro Los caminos del Esla. ¡Pues hay que andarla! se dijeron. Si la queréis observar, cuando el sol sube, poneros en el puente de hierro de Palanquinos y mirad hacia el sur, hasta Villafer, les dice un paisano del lugar. O de puente de hierro a puente de hierro, les había comentado un amante de la ingeniería.
La Vega del Esla, lugar de riberas, juncos y chopos. Tierra agradecida por el agua que la riega: maíz y huerta. La limitan oteros y cuestos de color cambiante, barcillares y pagos de viña que dan nombre a vinos elegantes. Al fondo, campanarios de iglesias que avisan de pueblos con carácter propio. Más lejos, siluetas de castillos y palacios que conforman la historia de León. Esa fue la propuesta de los caminantes que, entre medias, necesitaron cambiar el paseo por la ruta ya que la distancia alcanzaba los 40 kilómetros y por tramos, debieran emplear el coche.
El puente de hierro de Palanquinos, que en su origen fue ferroviario, se remonta al año 1863. Hace posible el paso del Esla entre Vega de Infanzones y Palanquinos, donde el soto del río es lugar de recuerdos para uno de los viajeros. En sus proximidades, hace mucho tiempo, vivió la magia del cangrejo, los de pinzas oscuras, un deleite culinario. ¿Recuerdan el significado del número ocho y el cangrejo? Lo contaba Nacho Carnero, vecino en esta bitácora, devolviéndonos a tiempos mejores en su artículo: “Crustáceos decápodos, vulgo cangrejos”. Recordaba el salmantino la importancia del número 8 que estaba presente en los reteles, en la medida del cangrejo y en las docenas de bichos que se podían coger. ¡Quién los pillara!
La carretera LE-523 les cuela en la margen izquierda de la vega. Dejan atrás Villavidel, Jabares de los Oteros, Cabreros del Río, lugares de agricultores recios, profesionales del campo, auténticos, además de especialistas en economía social. Una inmensa chopera avisa de la proximidad de la presa de Benamariel, importante hito en el regadío leonés.
Se vislumbra, poderosa, la torre de la iglesia, llegan a Fresno de la Vega. Sembradío verde y rojo, donde la vega es vega de verdad, brillante, se hace huerta y aparece el morrón, el pimiento de cuatro morros, carnoso, aromático y versátil, con el que antes se pagaron diezmos y que ahora es imagen de toda la comarca. Hoy se celebra la Feria del Pimiento. Estampa de un acontecimiento de los de antes: volquetes, que no carros, con su carga esparcida sobre el suelo de la calle: ajos, berenjenas, pimientos y más pimientos. Es el Pimiento de Fresno, fresco, asado o envasado, lo mismo sirve para acompañar que como plato principal.
Por momentos, el Esla se hace caudaloso. Es algo más que una realidad vitalista. Llegamos a Valencia de Don Juan entre la huerta de Fresno al norte; Campos, al sur; Los Oteros, al este y El Páramo, a poniente. Con orígenes antiguos, castro astur, la Covianka o Coyança de la edad media y hoy la Nueva York del Sur de León, no es broma… Coney Island, Puente de Brooklyn, Rockefeller Center o la Avenida Broadway tienen sus equivalentes como Complejo La Isla, el Puente sobre el Esla, la Plaza Mayor o el Islarock. Es villa con historia y con castillo, donde en el siglo XIII se celebró un concilio. Tiene trazo de ciudad moderna pero sus raíces tienen identidad propia y al contrario de la gran urbe americana, sus edificios no someten a los paseantes, más al contrario, los rincones, espacios y parques son para callejear, para recrearse entre dos tiempos distintos. Sobria y festiva. Protagonista de encuentro y convivencia: entre mayores y pequeños, entre lo rural y lo urbano, entre asturianos y leoneses. Es sitio de feria, la de febrero, que se prolonga en el tiempo mostrándose como la gran fiesta agrícola de toda la comarca, y con un polígono industrial cuyo nombre, El Tesoro, muestra lo que tiene dentro: renta y riqueza.
Los paseantes siguen la ruta marcada. Se dirigen hacia Castrofuerte pasando casi de soslayo por él. A continuación llegan a Villaornate, pueblo al que dio fama Fray Gerundio de Campaza:
(…) donde había un maestro muy famoso, llamado Martín y apodado Socaliñas, cojo por más señas, mandan a estudiar al niño Gerundio…
Puestos a pedir, ¿no sería bueno para estas tierras hacer visible La Ruta de Fray Gerundio de Campazas? Aunque nada más fuese para desagraviar al Padre Isla y de paso, sacar del olvido unos lugares que siguen teniendo alma. Con la disculpa de observar las colonias de aves se acercan a la laguna Carrizal, contemplan la recuperación del arroyo de Las Pisonas y el humedal próximo, pero no ven ningún ave. Y finalmente, atisban Villafer hasta llegar al puente. Inaugurado en 1917, representó en su momento una considerable mejora en las comunicaciones de la zona. Sus cuatro arcos sobre las pilastras ofrecen una imponente figura que destaca sobre la vegetación de la ribera. Por debajo, el Esla lo atraviesa dejando atrás su memoria, camino del Duero.
Es la hora de comer. El grupo vuelve sobre sus pasos hasta Valencia de Don Juan. Quieren paladear los sabores del lugar y se deciden por ‘Casa Alcón’, un agradable local ubicado en los soportales de la plaza del Ayuntamiento, con tradición de buen comer, que ejerce de atalaya culinaria en este sur de León. Detendrán el hambre dando rienda suelta a los sabores locales, merced al arte de un cocinero de nivel, Ángel Merino Saludes. Si sus apellidos sonasen a vascos sería uno de los favoritos de la prensa gastronómica, pero son del lugar, eso que gana la Nueva York del sur.
¿El secreto de un buen restaurante está en sus fogones? Claro, sin olvidar la sala en la que a los mandos está Conchi, toda solera. Ya está, les anota la comanda: ensalada de Pimiento de Fresno y bacalao molinero. El cocinero maneja a la perfección estos productos singulares. Los acaricia convirtiéndolos en joyas gastronómicas al poner en práctica, con ellos, recetas populares en las que hay cultura, tradición, armonía y naturalidad. Les añade su saber hacer y el resultado son dos platos sencillos, llenos de color, que saben a algo más. Llegan los pimientos, delicados, carnosos y aliñados con un toque especial. Dando su último hervor en la mesa, descubren el bacalao molinero con el pan frito de hogaza, desmenuzado, con olor a pimiento. Es un plato con sustancia, que se hace recordar. Chapeau, maestro.
Todo ha sido posible: caminar, recorrer, descubrir el agua como protagonista del paisaje, atravesar los puentes y comer sabroso.
Por @saborleon
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