Qué ver en Candelario, uno de los Pueblos más Bonitos de España

Si tuviéramos que elegir otro sitio más para sentirnos en casa, además de Madrid, Salamanca, León y Gijón, ese lugar sería el bellísimo pueblo de Candelario. Ubicado en la sierra de igual nombre, a tan solo 76 kilómetros de la ciudad del Tormes, fue declarado conjunto histórico-artístico en 1975. A continuación, te proponemos los mejores sitios que ver en Candelario.

Caminar por sus empinadas calles, parando de fuente en fuente, entre las viejas casas señoriales de no más de tres pisos, es una verdadera delicia para el paseante. Así como contemplar los balcones de madera y las típicas batipuertas que las protegen de la nieve.

Calles típica que ver en Candelario

Si algo caracteriza a Candelario es cómo ha sabido mantener la esencia del pasado, sobre todo, en sus viviendas con las tejas ‘del revés’ para protegerlas de las frecuentes nevadas y bajas temperaturas. Además del típico desván donde todavía son muchos los vecinos que curan la matanza casera con el humo de madera de castaño. O los ‘amarres’ para el ganado a la entrada del hogar.

Amarres que ver en Candelario

Qué ver en Candelario

  1. Ermita del Humilladero, la más importante que ver en Candelario
  2. Museo de la Casa Chacinera
  3. Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
  4. Batipuertas, una de las imágenes más típicas que ver en Candelario
  5. Las regaderas de Candelario
  6. La cabina de madera, un imprescindible que ver en Candelario
  7. Las fuentes de Candelario
  8. Arquitectura típica que ver en Candelario

1. Ermita del Humilladero, la más importante que ver en Candelario

Justo a la entrada de Candelario, la Ermita del Humilladero está dedicada al Cristo del Refugio. Es del siglo XVIII y está dotada de un porche sostenido por cuatro columnas. En su interior, puede contemplarse un retablo de madera con la imagen del Cristo, por el que los candelarienses sienten gran devoción.

Qué ver en Candelario: Ermita del Humilladero

2. Museo de la Casa Chacinera

Abrió sus puertas es 2008 y es ideal para ir con niños. Se trata de una visita teatralizada donde, además, pueden degustarse productos típicos del pueblo, como embutido o perronillas.

3. Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

La iglesia parroquial, con un impresionante artesonado mudéjar, además de retablos barrocos y churriguerescos, es el edificio más representativo que ver en Candelario. Su interior está compuesto por tres naves donde se mezclan estilos mudéjar, barroco, románico y gótico.

Qué ver en Candelario: Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

4. Batipuertas, una de las imágenes más típicas que ver en Candelario

Igual os preguntáis qué es una batipuerta. Podéis verla con más detalle en la siguiente foto y, como indicábamos antes, sirven para que la nieve no se cuele en las casas. También, permiten que las puertas permanezcan abiertas para dejar paso a luz natural en los portales. Una imagen clásica que ver en Candelario.

Qué ver en Candelario: Batipuertas

5. Las regaderas de Candelario

Uno de sus signos más característicos que ver en Candelario lo constituyen las llamadas regaderas, con sus cristalinas aguas. Estas pueden ‘programarse’ para limpiar las calzadas en las que se encuentran, así como las colindantes.

Regadera de Candelario

6. La cabina de madera, un imprescindible que ver en Candelario

La encontrarás frente a la Ermita del Humilladero. Esta curiosa foto que hacer en Candelario es de las pocas cabinas teléfonicas construidas en madera que aún se conservan en España.

Cabinas de teléfono de madera Candelario

7. Las fuentes de Candelario

La villa está irremediablemente ligada al agua. En cada de una de las tres entradas al pueblo se construyó una fuente romana que todavía existe: de las Ánimas, de los Puentes y de Lapachares. Y, en las calles de Candelario, existen otras 8 de las que mana agua fresca y limpia: Fuente de La Hormiga, del Parque, de la Carretera, del Arrabal, la del Barranco…

Fuente de la Carretera Candelario

8. Arquitectura típica que ver en Candelario

Si hay algo que llama la atención en esta localidad salmantina, es que la mayoría de casas son iguales. Candelario ha sabido mantener casi intacta la arquitectura típica de las casas chacineras de tres plantas donde predominan piedra y madera. La distribución de estas viviendas era bastante práctica y sencilla: la planta baja se usaba para elaborar embutidos, en la primera planta vivían los dueños y la tercera planta estaba destinada al secado de los embutidos.

Casas tipicas Candelario

Restaurantes para comer en Candelario

Al ser la localidad más turística de la zona, hay una buena variedad de restaurantes para comer en Candelario. Además, en todos los bares os pondrán una tapa a elegir con cada consumición.

El Ruedo

Con el simpático Pepe al frente del negocio, El Ruedo ofrece un menú del día sin competencia de lunes a viernes. Su carta está repleta de auténticas delicias, muchas de ellas en torno al mundo de las setas. Con especialidad en platos de cuchara y carnes a la parrilla, ofrece una de las mejores ofertas de vinos entre los restaurantes para comer en Candelario. Precio alrededor de 30 euros/persona.

Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso
Carpaccio de ibérico, foie y jamón El Ruedo
Carpaccio de ibérico, foie y jamón

La Artesa

La Artesa se encuentra en plena Calle Mayor 57, con propuestas sugerentes y variadas. Ensalada templada de boletus con confitura de tomate; arroz meloso con gambas y setas; estofado de alubiones con almejas en salsa verde; albóndigas de retinto con ragut de calamar…

Además, los postres de uno de los mejores restaurantes para comer en Candelario son para el recuerdo. Durante el verano, habilitan una coqueta carpa en el jardín que, de noche, resulta de lo más romántica. Precio alrededor de 35 euros/persona.

Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas La Artesa
Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas
Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon
Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon

La Posada de Candelario

La Posada de Candelario es una antigua casa chacinera del siglo XIX, convertida en hotel rural, en la calle Enrique Fraile, 31. Su acogedor salón de comidas está especializado en parrilladas y carnes a la parrilla. Uno de los restaurantes para comer en Candelario donde saborear el auténtico sabor serrano.

Parrillada de buey y verduras La Posada de Candelario
Parrillada de buey y verduras

La Candela

Con una decoración muy cuidada, al igual que la elaboración de sus platos, La Candela se localiza en Núñez Losada, 19. En uno de los últimos establecimientos en sumarse a la lista de restaurantes en Candelario, prima el producto local, cocinado con mimo y muy bien presentado. Imprescindible reservar.

Carpaccio de presa ibérica, jamón y foie La Candela comer en Candelario
Carpaccio de presa ibérica, jamón y foie
Tartar de amanita caesarea y trucha ahumada La Candela
Tartar de amanita caesarea y trucha ahumada

Hoteles en Candelario

Al tener allí nuestra casa, nunca hemos probado ninguno de los alojamientos del pueblo. Pero son muchas las casas rurales, hostales y posadas donde se puede pernoctar por menos de 50 euros la noche. Todos los restaurantes en Candelario de los que os hemos hablado, excepto La Candela, disponen de habitaciones para huéspedes. Podéis encontrar toda la oferta hotelera de Candelario aquí.

*Este artículo fue escrito en 2011, pero toda la información ha sido actualizada en 2022.

Restaurante ‘Artesa’, capricho gastronómico en Candelario (Salamanca)

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena La Artesa Candelario

Como sabéis aquellos que nos leéis habitualmente, Candelario es, después de Madrid, Salamanca y Léon, nuestra segunda casa. En ella nos sentimos como pez en el agua, paseando por sus empinadas calles, bebiendo de sus fuentes, contemplando los paisajes naturales y disfrutando de su excelente y variada gastronomía como la que ofrece Restaurante Artesa.

Ya os hemos hablado de algunos de sus restaurantes, en los que abundan los platos micológicos, guisos típicos de la zona, como el calderillo bejarano, asados o truchas de río. Pero lo tradicional no tiene por qué estar reñido con la innovación, y en Restaurante Artesa dan buena muestra de ello. La carta es completa y muy variada, con propuestas tan sugerentes como ensalada de pechuga de gallo escabechada con rulo de cabra y piñones; lomos de sardinas ahumadas sobre kumato; albóndigas de retinto con ragut de calamar o milhojas de solomillo de ternera con foie y setas.

Durante la época estival habilitan una carpa en el jardín, convirtiéndolo en un coqueto y romántico espacio en el que disfrutar de los mejores manjares con el único sonido del agua de la fuente que lo preside.

Comenzamos con tres entrantes frescos, de cuidada textura y presentación, y a cada cual más delicioso: ajoblanco con langostinos, salmorejo y gazpacho de cerezas del Jerte y licor.

Ajoblanco con langostinos La Artesa Candelario
Salmorejo La Artesa Candelario
Gazpacho de cerezas del Jerte y licor La Artesa Candelario

Seguimos con bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas, una tajada fresca, muy bien cocinada y contundente.

Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas La Artesa Candelario

Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon, sorprendente y delicioso.

Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon La Artesa Candelario

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena, jugosa y tierna, con el exquisito toque del queso de oveja servido en cucharita.

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena La Artesa Candelario

Postres ideales en Restaurante Artesa para los más golosos

Los postres son apetecibles cada uno de ellos, pero había que elegir… Mousse de chocolate con natillas inglesas, ideal para los adictos al azúcar.

Mousse de chocolate con natillas inglesas

Sorbete de mojito

Sorbete de mojito Candelario

Crema de mascarpone con mango helado y azafrán, genial la idea de la fruta helada y el color que adquiere la mezcla por el toque de la cotizada especia.

Crema de mascarpone con mango helado y azafrán Candelario

Nuestro acompañamiento, un Viña Pomal Reserva 2006, excepcional.

Viña Pomal Reserva 2006

El precio medio es de 40 euros por persona, una relación calidad-precio fantástica.

En Candelario también hay restaurantes en los que se puede comer menú del día por 12 euros, como El Ruedo. Si preferís las populares carnes de la zona, no dejéis de visitar La Posada de Candelario o La Candela.

Artesa es también un hotel rural con siete habitaciones y está situado en pleno centro del pueblo, en el número 37 de la Calle Mayor.

‘El Ruedo’, restaurante micológico en Candelario (Salamanca)

Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo Candelario Salamanca

A la entrada del pueblo más bonito de Salamanca, Candelario, se encuentra el mejor restaurante de la localidad, El Ruedo. En su cocina tradicional destacan platos muy elaborados donde siempre prima el producto de mayor calidad. Verduras de temporada de su propia huerta ecológica, setas, así como carnes, quesos y embutidos ibéricos de la comarca.

Carta micológica

Destaca su amor incondicional por la micología, con presencia de diferentes especialidades con setas entre su oferta culinaria: sopa de hongos con foie y piñones; revuelto de rebozuelos con hebras de calamar; tartar de amanita caesarea y trucha ahumada; lagarto ibérico con oreja de Judas y hongos; lomo de ciervo con angulas de monte…

Tataki de salmón y rebozuelos El Ruedo Candelario Salamanca
Tataki de salmón y rebozuelos
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo Candelario Salamanca
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso

Su amplia carta está pensada para satisfacer a todos los paladares. Para quien busca opciones de ‘toda la vida’: sopa castellana con huevo escalfado, chuletillas de cabrito lechal o chuletón de morucha. Para quellos que preferimos algo distinto: tataki de salmón y rebozuelos; carpaccio de ibérico, foie y jamón; milhojas de calabacín con morcilla de Burgos, crema del Casar y galleta de cereales; ensalada de melón, menta y salmón ahumado a la crema agria; gazpacho de rúcula y manzana ácida con piruleta de queso de cabra…

Carpaccio de ibérico, foie y jamón El Ruedo Candelario Salamanca
Carpaccio de ibérico, foie y jamón
Tartar de tomate con crujiente de queso El Ruedo Candelario Salamanca
Tartar de tomate con crujiente de queso
Pulpo soasado sobre crema de patata y chips El Ruedo Candelario Salamanca
Pulpo soasado sobre crema de patata y chips

Los postres, todos caseros, no desmerecen el resto del menú: pastel de castañas y chocolate caliente, tarta de queso aromatizada con frutos del bosque, tarta de chocolate caliente con mermelada de naranja amarga y crema de leche, flan de higos o un originalísimo tiramisú ‘deconstruido’.

Tiramisú El Ruedo Candelario Salamanca
Tiramisú
Tarta de queso y té matcha El Ruedo Candelario Salamanca
Tarta de queso y té matcha, en ‘El Ruedo’ (Candelario)

La bodega de El Ruedo es acorde a su oferta culinaria. Vinos de la tierra: Viñas del Cámbrico, 575 Uvas, Zamallón Osiris, Hacienda Zorita, La Zorra… También, una amplia variedad de riojas y riberas. Y pequeñas muestras del Bierzo, Extremadura, Castilla-La Mancha o Costers del Segre, todos ellos a un precio más que competitivo.

Un menú del día de calidad

Y, si buscas menú del día en Candelario, también está disponible de lunes a viernes, con tres primeros y tres segundos a elegir, postre, pan y vino a un precio inmejorable. Y, en fin de semana y festivos, un ‘plato del día’. 

Al frente del negocio se encuentra Pepe, que con maestría torera también atiende la barra donde degustar excelentes tapas y una amplia variedad de vinos por copas. Acompañado de su encantador hermano Félix, han apostado por una cocina distinta en Candelario y se han ganado, con creces, nuestros estómagos y el de cualquier turista que se acerca a este incomparable pueblo de Salamanca. No hay visita por nuestra parte donde El Ruedo no entre en nuestros planes.

‘Fuentes de Candelario’ (I), por Ignacio Carnero

“Siempre hay nieve en la sierra”… comienza diciendo Eugenio Noel en el maravilloso artículo Cuernos en Candelario, escrito en el primer tercio del pasado siglo, en plena efervescencia de sus campañas antiflamenca, antitaurina, anticlerical y anti todo, en busca de antídotos para tantos males como afligían entonces al país de nuestros pecados, bastante más que cuantos nos aquejan en estos días cada vez más inquietantes.

Después de tantos y tamaños desvelos, pudiendo decirse que en el pecado llevó la penitencia, Eugenio Noel murió en la miseria más absoluta el 23 de abril (¡mal día para morir un escritor de raza!) de 1936, a los cincuenta años de edad, en una cama de alquiler costeada por algunos novelistas y periodistas amigos en cierto hospital barcelonés. Al enviarse a Madrid su cadáver en el ataúd, éste se extravió en una vía muerta de la estación ferroviaria de Zaragoza. Hasta que se descubrió el esperpéntico, rocambolesco,  y macabro suceso, y el infortunado autor, recién muerto y ya olvidado, acaso como premonición de cuanto le sucedería a partir de entonces con el devenir de los lustros y los decenios, pudo, por fin, ser enterrado en el cementerio civil de la capital de la machadiana España, “de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María…”, aunque sin la solemnidad y boato con que pensaban agasajarle la víspera sus colegas, cuando era esperado y no llegó aquella primera vez…

El propio Noel, tan poco proclive al ditirambo, en general, sino todo lo contrario, prodiga y canta excelencias en su ya citado artículo, tales como “Candelario vale la pena de un viaje. Los que no hayáis estado en este pueblo sólo sabréis de él que allí se aderezan los mejores chorizos del mundo. Pero si un día os decidís a visitarlo, aprovechando el ‘encanto irresistible’ de una corrida de toros, tal vez se os olviden los incidentes de la lidia, pero Candelario no se os olvidará jamás, estad seguros. Os habéis de detener ante cada casa, aunque no queráis. Sólo en ciertos dibujos de artistas extravagantes, pero geniales, se ven imágenes parecidas”, etc. Elogios que cualquier otra localidad se ufanaría en proclamar a los cuatro vientos como timbre de gloria.

“Siempre hay nieve en la sierra”…, decía, y ¡ay del día en que aquélla desaparezca no de las crestas serranas, las siluetas, los perfiles y contornos a cual más caprichosos y hermosos que se columbran a simple vista desde aquel pueblo, “maravilla de los artistas”, sino la que no se descubre más que desde el interior de las mismas alturas inmensas! Las que cada año, indefectiblemente, y en toda su magnitud de leguas y más leguas por todos los horizontes, cubren con su aparente levedad y su blancor deslumbrante, borrando de la faz de la tierra durante meses del crudísimo invierno todas las anfractuosidades que conforman las grandes montañas; los despeñaderos pavorosos y los riscos sobrecogedores; las bucólicas praderías, majadas y brañas de estío; los barrancos, cuevas, simas y cavernas sin cuento, henchidas de misterios brujescos. Incluso las lagunas de caudales sin fondo, en el solsticio hiemal sólo frecuentadas por águilas, buitres y gavilanes altaneros; algún que otro quebrantahuesos; alcotanes, halcones y el resto de avechuchos más o menos gigantes; así como por fieros lobos legendarios; y, ¡cómo no!, por jabalíes con sus camadas de cochastros, conejos, liebres y mil otros animales que deleitan los más selectos paladares.

Hasta cuando se despiertan los cálidos alientos del buen tiempo, y aquellos rigores invernizos a los que se asoman todos los silencios, se trastruecan en placidez de égloga, en resurrecciones de alegría por entre los sudarios de muerte y nieve reventando primaveras, y reaparecen los canchales con musgos de siglos y líquenes vírgenes montañeros. De unas montañas plagadas de millones de perlas de rocío, reverberos de nieve bajo los soles y las lunas. Las cuales, si ayer estaban coronadas de nubes algodonosas, hoy son de fantásticos rosicleres cervantescos; mañana, de rayos y relámpagos magníficos y truenos horrísonos, que abren aquellas entrañas preñadas de corrientes de aguas subterráneas, que comienzan a derramarse, pletóricas y vivificantes, por todos aquellos abruptos contornos, siguiendo por regaderas, acequias o regatos perfectamente canalizados a lo largo de las orillas de las calles candelarienses, por donde las aguas de los neveros bajan cantando la seductora canción de las ondinas, invisibles a simple vista, y sobre las que se cuenta que en los conticinios -esas horas mágicas de la noche en que todo está en silencio- se corporeizan, desnudas, tiesas las cumbres de sus turgentes gracias femeniles por las dentelladas del frío.

Rústicas fontanas sin tritones ni sirenas, sin angelotes mofletudos o meones, ni  monstruos marinos de bronce o piedra jugando con las aguas de plata, como en los palaciegos jardines y los grandes parques de las metrópolis más antañonas.

Si bien el firmante ya peina canas, y aun cuando, como dijo el poeta, tiene más al alcance de la mano los pámpanos de octubre que las rosas de abril, todavía bebe a diario los vientos por las musas. A todas las cuales, mientras vaga, divaga y sueña por estas laberínticas, sinuosas, pinas y empedradas callejuelas, persigue en su soledad, envuelto en la melancolía de sus añoranzas bajo las sombras de castaños, nogales, tilos, robles, fresnos, abedules, pinos, alisos y arrayanes, así como bajo los vuelos de chirlomirlos y aguzanieves; de nada venerables urracas y murciélagos enloquecidos; y bajo los irisados revuelos de libélulas, mariposas y fosforescentes luciérnagas.

Son numerosas las fuentes de nombres hermosos desparramadas por doquier en este Candelario, que cada día que amanece cautiva con renovado embrujo, hechizo y fascinación… Como las del Parque, el Arrabal, el Barranco, las Ánimas, los Perales, la Romana, la Hormiga, la Cruz de Piedra, la fuente Chica, la de la Carretera, etcétera, en todas las cuales se bañan, seductoras, las ondinas, esas ninfas que moran en las aguas. O las mitológicas náyades, que habitan en los ríos y las alfaguaras; las dríadas, esas sílfides de los bosques, cuya existencia dura lo que la vida del árbol al que se suponen unidas; las diosas, esas falsas deidades femeninas; o las musas, cada una de esas divinidades que protegen a las ciencias y a las artes liberales, en especial la poesía, que alientan a raudales en este paraíso perdido…

‘Fuentes charras y coritas’ (II), por Ignacio Carnero

Tal vez para verificar la certeza del adagio de Ovidio ¿Qué cosa más dura que la piedra? ¿Qué cosa más blanda que el agua? Con todo, las duras piedras se taladran con el agua blanda, el articulista se siente impulsado con relativa frecuencia, durante sus cotidianos deambuleos por toda la rosa de los vientos de la entrañable Salamanca, a acercarse hasta las fuentes más o menos ornamentales que existen en esta ciudad.

A bote pronto, el paseante recuerda la de La Alamedilla, con sus cisnes tontivanos y presuntuosos y sus simpáticos patos. La vetusta fontana del Caño Mamarón. La del paseo y jardines de Las Carmelitas, casi a la sombra del Niño del Avión. La antañona del franciscano Campo de San Francisco, así como la de más reciente creación en la plazuela del Oeste, y la también poco antigua de la Puerta de Zamora, ubicada sobre uno de los refugios antiaéreos que se usaron durante la Guerra (in)Civil española.

La fuente de la recoleta plazuela de Los Sexmeros, esa que luce sendas placas de pizarra con dos muy severas inscripciones varias veces centenarias: Los q dan consejos ciertos a los vivos son los mvertos y AD 1792 Aqvi mataron a un homvre, rvegven a Dios por el. La ignorada por casi todo el común de los mortales no sólo forasteros, sino incluso habitantes de la Ciudad del Tormes, en un rincón único, ameno como pocos, fascinante y paradisiaco, novelesco y poético del Huerto de Calisto y Melibea. En el cual, durante las soledades crepusculares parece que aún transitan, redivivas, las sombras de los personajes de la tragicomedia por excelencia, nacidos a la Literatura por arte de Fernando de Rojas.

Además de las fuentes cantarinas en las plazas de Santa Teresa, de Los Bandos, de La Libertad y en la Glorieta de Béjar, el paseante añora el manantial de La Zagalona -no Cagalona, según el vulgo-, venero hoy desaparecido de la faz de tierra, y que estaba ubicado como a un tiro de piedra de la embrujada Cueva de la Múcheres.

Fuente de la Carretera Candelario

Pocas más, cuyo recuerdo se pierde entre los recovecos de la memoria, pudiendo contarse, pues, con los dedos de ambas manos dichas fontanas, y eso que la capital de la provincia, cuando menos, centuplica en extensión y habitantes a la pequeña población serrana de Candelario, que hoy nos ocupa.

Aparte las regateras que surcan el suelo casi siempre pino y empedrado del lugar, y las auténticas alfaguaras que brotan, reventonas y salvajes, en los montaraces alrededores, ¿cuántas fuentes corren y cantan en su reducido núcleo urbano?

También a bote pronto y a vuelapluma, sin orden ni concierto, bien es cierto, a la memoria del ‘bitacorista’ acude el nombre de la fuente en la cuesta de la Romana, casi a la misma sombra del sol recién estrenado del magnífico edificio del Ayuntamiento. Con sus dos caños cantando día y noche, relajadores, no fue así bautizada porque por esos pagos estuviera avecindada ninguna hija ilustre de la impar Ciudad Eterna, Roma, también conocida por alguno como Salamanca la Grande, sino porque se deseaba honrar con dicha denominación al clásico instrumento llamado romana, que servía para pesar, habiéndose utilizado tal herramienta principalmente cuando la industria chacinera era floreciente en la villa candelariense o corita, que también así es mentada.

La fuente de Las Ánimas, a los pies del cementerio local, con sus aguas risueñas y cantarinas cuando los deshielos primaverales, pese a la gravedad del melancólico recinto que le brinda la sombra de las sombras, de los decrépitos recuerdos y de los olvidos, de las cenizas y el polvo de los que fueron un día, de las cruces, de los rosales, de las siemprevivas y de los lúgubres cipreses y sus murmullos…

La de la Hormiga, en otro cruce de callejas, en honor del minúsculo insecto, cantado en el refranero con paremias como Imita a la hormiga si quieres vivir sin fatiga, Hasta una hormiga muerde si la hostigas, Hormigas con alas, tierra mojada, etc.

Las fuentes, todas rotuladas en bellos azulejos talaveranos, bautizadas con las gracias de Cruz de Piedra, Calle Mayor y la Carretera, sin echarle más imaginación a la cometa, como vulgarmente se dice, sin encerrar más malicia ni intríngulis alguno, son así conocidas por la enorme cruz pétrea que la preside, una; por estar ubicada en dicha vía pública, la segunda; y por encontrarse, a las afueras de la localidad, en la carretera que conduce a Béjar, la tercera.

La de Perales, no sombreada por estos hermosos árboles de la familia de las Rosáceas, productores de peras, como parecería lógico, sino por grandes ramos de hortensias; y la del Barranco, que medio agoniza desde hace bastante tiempo durante los otoños y los inviernos, mientras las nieves cubren la sierra, en la amena cuesta del mismo nombre, que desciende desde el Mirador.

Y por último, la más dilecta para el viajero, que no es otra sino la fuente del Parque, formando monumento al nunca bien pagado benefactor José Agustín Jáuregui. Quien, además de socorros sin cuento a la Asociación Salmantina contra la Mendicidad y alivios de cuantas miserias y dolores de las clases humildes llegaban a su conocimiento, costeó por su sola cuenta en el Cerrado de Pita o Corrito de las Eras, allí en Candelario, la construcción de un magnífico albergue para solaz veraniego de los niños más menesterosos de Salamanca, tanto de la capital como de la provincia, sin escatimar gastos para enseñanza y alimentación de aquéllos durante su permanencia de un mes en la colonia. El cual Jáuregui fue el ‘inspirador’ del Callejero Histórico Salmantino, libro nacido a consecuencia de residir el autor de éste, el firmante del presente, en la vía pública dedicada al prohombre, del que nadie, en absoluto, ni los más sabios y viejos de la Ciudad del Tormes, sabía dato alguno acerca de quien daba a aquella calle su nombre.

En pago, sin embargo, a tamaña munificencia, cierta noche de malos vinos unos vándalos beodos, de esos a los que había que concederles, si existieran, condecoraciones y medallas por imbéciles, por duplicado, porque una de ellas se les perdería, sin duda, de puro mentecatos y borrachos, destruyeron aquellas esculturas que tanto daño debían de hacer al pueblo… Restaurado no hace muchos años el grupo escultórico, cabe confiar que nuevos incivilizados o gamburros no tornen a las andadas en su empeño de echar por tierra la máxima de Ovidio citada al principio, pretendiendo que sus cabezas son más duras que las piedras y que su ignorancia hace más daño que las blandas aguas.

Autor: Nacho Carnero

‘¡Pobres nuestros ricos pepinos!’, por Ignacio Carnero

Dicen ciertas lenguas ociosas y viperinas -aunque el ‘bitacorista’ o ‘bitacoristo’ se resiste a creer el caso comentado-, que la más ínclita de las actuales ministras, de cuyo nombre ya casi nadie quiere acordarse pues en breves meses será ‘ex’ de todo, la cual, de igual modo que el movimiento se demuestra andando, parece ser muy versada, muy erudita, en cuestiones lingüísticas, se refería hace escasas fechas al grave problema surgido recientemente en determinados puntos de Europa con nuestros pepinos y, agárrese, lector, que viene curva, ¡con nuestras pepinas!

Y es que con la necia manía de defender a ultranza un feminismo mal entendido y sin sentido de la ridiculez, tan en boga en estos malos tiempos que corren para el castellano, están alcanzándose cotas abrumadoras, insospechadas hasta no hace aún muchos años.

Como, verbigracia, barbaridades tales que ‘miembros’ y ‘miembras’, ‘mujeras’ y ‘mujeros’, ‘hombres’ y ‘hombras’, ‘hembras’ y ‘hembros’, entre otras muchas sandeces que circulan hoy, principalmente entre determinadas gentes que se consideran la crema, la flor y nata de la progresía. Merced a éstas no sería de extrañar que cualquier día, no bien se enteren de que por Candelario, localidad reputada por la gran mayoría de sus visitantes como la quintaesencia o como la octava maravilla de los pueblos de la provincia charra, discurre un humilde riachuelo llamado Cuerpo de Hombre, reivindicarán el cambio de su denominación, por la de Cuerpo de Mujer. Y, si no, demos tiempo al tiempo…

Sólo habrá que esperar a que el ilustre ‘pensador’ de Béjar invite en cualquier momento a conocer, por ejemplo, el embrujado Tranco del Diablo, o saborear el calderillo, suculento plato típico de la zona, a la pronosticadora de un acontecimiento interplanetario que nada tuvo luego de histórico, según era de esperar, quedándose todo en agua de borrajas. Y es que, en puridad, no hay derecho a bautizar a un río con semejante nombre, pues no se trata más que de un machismo puro y duro trasnochado.

Como igualmente una politicastra centroeuropea, ministra de Sanidad de cierto país dela UE, para curarse en salud y, por si acaso, lavándose las manos, tampoco tiene derecho a lanzar al buen tuntún, pero no ni siquiera como presunción, sino categóricamente, la especie de que una partida de pepinos españoles -más en concreto, procedentes de Almería y Málaga-, eran portadores de una bacteria que provoca algún peligroso desarreglo intestinal e, incluso, puede acarrear hasta la muerte, conociéndose aquélla con el nombre científico de síndrome urémico hemolítico.

Y como el miedo es libre, pues no en vano fallecieron cerca de una veintena de personas a consecuencia, resultó ser, de un virus desconocido, muchas de las hortalizas españolas sufrieron los efectos del pánico generado por las intolerables declaraciones de tamaña irresponsable, siendo aquéllas boicoteadas en numerosos mercados europeos.

Se cifran  en cientos de millones de euros las pérdidas causadas por el rechazo de productos de nuestras huertas, si bien los malpensados, que nunca faltan, tal vez por aquel viejo refrán, según el cual si piensas mal acertarás, estiman que a la hora del reparto de las indemnizaciones por el perjuicios ocasionados, éstas no serán, como debería ser, sólo para los damnificados, resarciéndose de sus pérdidas, trabajos y sinsabores. Sino que, como casi siempre ocurre, entrará en juego no solamente la picaresca y la villanía de los corruptos de turno, y alguien no afectado en modo alguno por el preocupante problema intentará y hasta conseguirá convertirse, ilícitamente, en millonario, importándole un pepino cualquier posible descalabro o ruina ajena.

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Sin embargo, hay que reconocer, por otra parte, que la ocasión ha servido de recordatorio a muchas personas de la existencia de tan jugosa cucurbitácea, que aquí y ahora nos ocupa y preocupa, un tanto en el olvido otras primaveras y veranos, ya que en esta tierra de nuestros pecados su consumo se ha visto incrementado hasta extremos desconocidos, acaso en réplica indignada por el despropósito de la insensata politiquera hamburguesa, quizá para demostrarle así el error y la felonía de sus acusaciones.

En torno a la planta, se han rescatado dichos antiguos a cual más absurdo bien es cierto, que dormían el sueño de los justos, como “Sobre el pepino, vino”, “Sobre el pepino, agua y no vino”, por cuanto se advierte que no se ponen de acuerdo los paladares; “Arroz y merluza, melón y pepino, nacen en agua y mueren en vino”, “Lo que en el agua se cría, se come con vino: tales son el pez, el arroz y el pepino”; o aquel otro, cuyo autor debió de sufrir una seria indigestión ‘pepinesca’, pues no se cortó ni un ápice al afirmar que “Más vale un mal melón que un buen pepino”.

Se ha recordado, además, que se utiliza con frecuencia, casi mágicamente, para mantener la lozanía de la piel, así como en productos para combatir las antiestéticas ojeras y arrugas que nada tienen de bellas, pese a ciertos eslóganes estomagantes y aburridores.

Y se ha puesto de manifiesto que es sabroso comestible, que se presta a múltiples combinaciones nada exóticas, como se demuestra con los pepinos rellenos de atún del Norte, de anchoas de Motrico, de huevos cocidos, con miel de Valero, etcétera, si bien el plato favorito y refrescante por excelencia es el más sencillo, como puede ser el servido en finas rodajas, sólo aderezado con un pizco de sal y un chorro de aceite…

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Existen, pues, multitud de razones que aconsejan su consumo, frente a la infundada sospecha de la bacteria Escherichia coli, engendro tan sólo posible en la sesera calenturienta de una politicuela que consiguió hacer la puñeta a cientos y cientos de españoles.

¡Ay! ¡Si cayera en manos de los miles de agricultores afectados por el infundio de la tal Cornelia Prüfer-Storcks, esa es la gracia y desgracia de la elementa que culpabilizó a nuestro país del dichoso SUH! ¡Seguro que la correrían no a gorrazo limpio, dicho vulgarmente, sino a cucurbitaceazos sin pelar, por donde dicen que dicen las lenguas ociosas y viperinas que más amargan los pepinos!

Autor: Nacho Carnero