¡Los ancestros de los Hermanos Pinzón eran de León! Qué pedazo de titular para cualquier día del mítico 1992, fruto de la mente calenturienta del jefe de cierre de un periódico leonés al desempolvar un antiguo atlas y si, además, las gentes de León tuviéramos un carácter todo lo contrario del que es. Y eso ¿por qué?, lo del titular. Pues porque en uno de los territorios de la Montaña Central Leonesa más emblemático hay un pico, un valle y un arroyo que se llaman Pinzón. ¿No es suficiente?
Los paseantes habían salido «por la fresca” dejando atrás los barrios de León, vacíos por la reciente fiesta, adentrándose en la Comarca del Condado, con olor a riego y a menta, atravesando Boñar para llegar al embalse, atrás quedaban los hermosos valles de Pardomino y Vegamián, pasando por delante de la Ermita de las Nieves a la entrada de Puebla de Lillo para llegar a Cofiñal e iniciar, a buena hora, una ruta que prometía.
Estamos en uno de los puntos finales del viaje que realizan los rebaños trashumantes, entre los puertos de San Isidro y de Las Señales, es la Cañada Real Leonesa Oriental, en plena Reserva del Mampodre, donde el Porma comienza a ser un aprendiz de río que no sabe de riadas. Lugar de leyendas, como la de la pena de “manos podadas” que daría el nombre a Mampodre, sufrida por el pueblo astur una vez que fue sometido por los romanos, o la del peregrino y el lago de Isoba o la de Antón, el lugareño que se encontró con un oso y lo convenció para caminar juntos.
En Cofiñal nos esperan el resto de los paseantes. Estos últimos han llegado al lugar por amor, convirtiéndolo en leyenda para los no iniciados. En versión romance podría ser la de haber seguido la llamada del Pico Toneo cuando ofrece, para disfrutar, el manto blanco que se extiende por sus laderas en invierno y cuyo eco, en verano, se esconde en las noches de luna llena en el cofre del tesoro que es Cofiñal para deleite de sus moradores, lugar donde han encontrado acogida y sosiego.
Hoy serán los guías, su propuesta fue simple: caminar por el Valle de Pinzón hasta llegar a la cima del collado del mismo nombre, bajar a Isoba y regresar a Cofiñal por la senda de la hoz “Entrevaos” que dicen los lugareños o Entrevados según se indica en las rutas oficiales. Entretanto: ir dejando atrás los Forfogones, oír el agua de los ríos Porma e Isoba antes de ser pacificados, bañarse en el Pozo de la Leña o beber agua «milagrosa” de la fuente La Jerumbrosa. ¿Les apetece acompañar a los paseantes?
El pueblo va quedando atrás. El camino bordea prados donde se hace patente la importancia de la siega en la montaña. Otro de los paseantes, echando atrás sus recuerdos, se sitúa en lugar de los segadores que ya a estas horas tienen avanzada la labor ayudados de la maquinaria, similar a la de hace 25 años. Un joven Porma pone la música de fondo sin el peligro de que aparezcan los de la SGAE. Asoman Los Forfogones vislumbrándose las tres cascadas donde el río ruge y muestra su ímpetu ¿por primera vez? El olor a pino está en el ambiente.
Nos acercamos a la base del pico San Justo, un gigante de roca de 1.995 metros, que domina el lugar para llegar al inicio del Valle de Pinzón desde donde se observa, casi sin querer, su perfil en forma de U. Un rebaño de jatas pardas nos da la bienvenida. Enfrente, una cabaña de pastores anuncia que el territorio es ganadero. A los bordes del camino hay abundante hierba, de la que gusta pisar. Por encima de nuestras cabezas matas de brezo nos saludan, la sombra del hayedo anuncia frescor. El camino se va empinando hasta alcanzar la cota más alta (1.525 m) desde la que admiramos el Pico el Pinzón (1.618 m) y el paisaje que nos rodea. A modo de bandera: azul y verde. Ruido de fondo: silencio. Por dentro: sensación agradable, estamos a gusto.
Ahora toca descender hasta Isoba por un camino marcado por roderas y pisadas de animales. Es mediodía. No hay sombra. La pequeña laguna que viene marcada en los mapas está seca. A lo lejos, la mole del pico Toneo, el circo de Salencias y la hendidura de Riopinos anuncian que el territorio es de nieve.
Ya estamos en Isoba. Más o menos coincide con la mitad del camino. Hacemos una parada que aprovecharemos para comer. Lo haremos guiándonos por el boca a boca en ‘Casa Federico‘, uno de los templos gastronómicos de León, que no tiene ninguna estrella Michelin pero que la calidez de sus platos lo aúpan a los primeros lugares del ranking de la buena comida, con platos llenos de sabor, que sorprende por la sencillez de lo que ofrece convirtiéndolo en cocina de autor. Descubrir a estas alturas la mano que tiene Paula, la cocinera, para arrancar lo mejor de los fogones no tiene gracia, pero como la mayoría de los paseantes son nuevos en las mesas de ‘Federico’, lo que hay es expectación por saborear el menú: chorizo y jamón que resultan ser auténticos de la montaña, sopa «guriguriguri», cuidado no la pidas muy «guri» o tendrás que esperar para comerla y carne gobernada. ¿Qué es? Amigo, tienes que subir a Isoba, pedir mesa en ‘Casa Federico’ y comerla. Luego nos escribes y lo cuentas. No te la podemos retratar, pero aseguramos que para describirla por tu cabeza pasarán palabras como: suave, natural, original, saludable, deliciosa, sorprendente… Entre los paseantes, todos de buen yantar, comprenden el dicho de el que viene a mesa puesta no sabe lo que cuesta que cuelga de una de las paredes y que te recuerda Andrés. ¿Quién es Andrés? Otro actor que forma parte del reparto de la película que es ‘Casa Federico’. Puede enviarte al Vaticano o “comerte la oreja” con degustaciones que son “estilo fusión”. Es de Madrid. ¡Que tiemble la costa el día que decida «asentar sus reales» en ella!
Es hora de comenzar el camino de vuelta. La senda se encuentra bien señalizada. Salvamos una cerca de madera para adentrarnos en la vega siguiendo el curso del río. Al fondo, la Hoz de Entrevaos nos espera, por una parte el Pico San Justo, por la otra el Pico Runción. El protagonista del camino es el Río Isoba, hoy limpio, sereno, cantarín. Una cascada, una poza; otra cascada, más pozas. Se aleja y se acerca de la senda. Nos adentramos en una zona de piedra para llegar al final de la quebrada donde la sombra de vegetación nos aplaca los calores.
A la derecha, un cartel anuncia: al Pozo de la Leña. No se puede pasar de largo ya que nos perderíamos la contemplación de uno de los lugares más bonitos de León, un “lugar 10”. A medida que nos acercamos, el ruido del río. En la bajada, complicidad en un lugar de misterio. De repente, un lugar hermoso donde el agua desborda la roca con chorro decidido que espera a los bañistas. Irresistible. Contraste de luz, ruido, naturaleza. Para disfrutar. Para compartir. Para recordar. Para reflexionar sobre de dónde venimos y qué tenemos.
Enseguida llegamos a las praderías de Cofiñal, más adelante varios guindales ofrecen sus frutos rojos. Volvemos a encontrarnos con el Porma y Cofiñal, donde todo es posible.
Por @saborleon
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