Nos habían hablado maravillas de Dos Palillos, uno de los restaurantes de moda en Barcelona. Bajo la batuta de Albert Raurich, discípulo de Ferrán Adrià durante once años en El Bulli, situado en pleno barrio del Raval. Los encontrarás en Elisabets, 9.
Restaurante con estrella Michelin
Hace unos años obtuvo su primera estrella Michelin, algo insólito para un establecimiento que no dispone de un comedor como tal. Si no de dos espacios bien diferenciados: una barra donde degustar menús, desde la que se contempla el tremendo espectáculo de la cocina. Y la barra asiática, donde solo se come a la carta y que, de no ser por el toque kitsch de su decoración, podría parecerse a cualquier otra de un bar de los de toda la vida que existen en la zona.

Ofrece dos menús degustación, emplatados y servidos por los propios camareros: Dos Palillos, por 90 euros, y Dos Palillos Festival, por 110 euros.
Abrimos boca con un cóctel de cava con umeshu, un tipo de ciruela japonesa, toda una declaración de intenciones por la fusión patria y nipona.

Comenzamos con un delicado tsukudani casero de shiitakes e hígado de rape. El tsukudani es un tipo de cocina que consiste en cortar los ingredientes en pequeños trozos y freírlos en salsa de soja y mirin (vino de arroz similar al sake). Tiene su origen en Tsukuda, una isla de la bahía de Tokio.

Jurel, cortado en sashimi, curado en sal y vinagre de arroz con tororo kombu, la ‘piel’ del alga kombu, que crece en las profundidades del mar de la isla de Hokkaido, al norte de Japón. Se obtiene afeitando con un cuchillo la cara plana del alga y es de sabor salado.

Textura, frescura y sabor en las gambas rojas crudas -las colas- y calientes -las cabezas-. Que recomiendan comer en ese orden por el fuerte sabor del yodo que contienen estas últimas.

Sorprendente presentación para la ostra a la parrilla con sake, atemperada con este licor nipón que se bebe después en la propio concha.

Como no me gustan las ostras, me ofrecieron una puntas de espárragos frescos con kimizu y soja liofilizada. El kimizu es una sabrosa salsa de vinagre de yema de huevo. Aquí podéis ver cómo lo explican nuestros amigos de Gastronomía y Cía.

El tofu frito con huevas de salmón y caldo dashi fue el único plato que nos dejó indiferentes, ya que la insipidez del tofu no da lugar a grandes florituras.

Por el contrario, un bocado que resulta delicioso y muy fresco es la tempura de tomates cherry, que se corona con una pizca de wasabi para potenciar el sabor.

En todo menú asiático que se precie no podían faltar unos dumplings, empanadillas chinas de fécula de patata. En este caso, rellenos de espinacas frescas y shiitakes, presentados en su típica cesta de cocción al vapor.

Te maki (o haz tu propio maki) es la propuesta más divertida. Se trata de elaborar tu propio sushi y para ello te ofrecen todo lo necesario. Arroz, pescado ya cortado -una espectacular ventresca de atún-, trozos de alga nori, wasabi y salsa de soja.

La ‘hamburguesa japo’ es una delicia compuesta por un bollo de pan casero al vapor, carne de vaca, jengibre, pepino y shisho (albahaca nipona).

Wok de verduritas, a base de mini zanahorias, pack choi (de sabor parecido a la col), choi sum (similar a la acelga), tirabeques y jengibre, crujientes y en su punto perfecto.

Antes del postre degustamos unas pequeñas brochetas de pollo de corral a la brasa, que no sorprenden por su presentación pero sí por su sabor.

Dos postres completaron el menú: flan de mango y coco y ningyo yaki de chocolate, del que no hay foto (y no recuerdo por qué…).

Nos dejamos querer por un blanco de Bordeaux, difícil elección en la más que excelente y completa carta de vinos de Dos Palillos.

Y unos tragos de sake caliente para terminar. Esta comida fue antes del Lovers in Japan y áun no sabíamos que lo habitual en Japón es beberlo durante y no después.

Delicado tratamiento del mejor producto
El menú no se hace para nada pesado y resulta agradable escuchar la preparación de los platos. En Dos Palillos se da especial importancia al tratamiento del producto. Pero sin ningún tipo de alarde y con una sencilla técnica que puede contemplarse como si de un puesto de comida callejera se tratara. Todos ‘hacen de todo’ en una coreografía casi perfecta que convierte a este lugar en un imprescindible de la Ciudad Condal.



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