Acudir a Extremadura en pleno verano puede suponer un agobio para gente del norte como nosotros. Si la convocatoria la hace tu mejor amigo porque quiere celebrar su boda en una finca de la provincia de Cáceres, la cosa cambia. Y si, además, Marta, la editora de Pasean2.com, concluye que la parada en la Capital Gastronómica de 2015 es más que obligatoria, no queda otra que tomar una decisión: ¿comemos en Restaurante Atrio y, de paso, nos alojamos allí?
Seis meses antes de la cita hicimos nuestros cálculos y observamos que la oportunidad se presentaba única para experimentar lo que nosotros denominamos «Turismo Gastronómico». Consiste en viajar, pasear, comer y contar. Sin prisas, sin coches, sin niños.
En el momento de escribir esta reseña nos hemos dado cuenta que Atrio representa un concepto mucho más amplio de lo que hemos conocido alrededor de esta península y en otros rincones del mundo.
Casa, comida y bodega. Así vamos a estructurar esta exigente entrada. Pero, antes, permítanme una breve pincelada sobre Cáceres. Marco de esta aventura y ciudad Patrimonio de la Humanidad gracias a la herencia histórica sobre la que se asienta. Restos del Neolítico, vestigios romanos, legado visigodo, influencia almohade, arquitectura medieval, cuna conquistadora y camino de Sefarad. Entre otras muchas referencias que darían para abrir un blog o una enciclopedia, según se mire.
Hotel Atrio Cáceres
Este «Relais & Chateaux» de nueve habitaciones y cinco suites se levanta intramuros. Concretamente, en la plaza de San Mateo, junto a la iglesia del mismo nombre y al lado del Palacio Ulloa, ambos del siglo XV. Atrio es hoy por hoy otra joya arquitectónica salida del prestigioso estudio “Mansilla y Tuñón Arquitectos”. Para dar cabida a un impresionante restaurante con bajada a la bodega en la primera planta, un hotel de vanguardia en la segunda y una muy calculada piscina en la azotea.
Todas las estancias están equipadas con suelo radiante, televisión Loewe y mobiliario escandinavo de diseño. Que, unido a los cuadros de importantes pintores contemporáneos, provocan en el viajero la inevitable tentación de resguardarse. De no salir, de quedarse para siempre leyendo un libro, escuchando el lejano bullicio de las calles o, simplemente, duchándose, con medida, por supuesto.
Restaurante Atrio Cáceres
Explicaba Ferrán Adrià en una crónica firmada por el periodista placentino Antonio Armero que «no hay en el mundo sitios como restaurante Atrio y no hay que olvidar que, en el mundo actual, Cáceres compite con Pekín». Además de sus dos Estrellas Michelin, a mí personalmente me llama la atención que el escritor Manuel Vázquez Montalbán incluyera la antigua versión de Atrio en su “Guía de Restaurantes Obligatorios”. Casi nada. Debo decir que la propuesta del cocinero y fundador, Toño Pérez, no deja indiferente a nadie.
Nuestra degustación en Restaurante Atrio Cáceres arrancó con unos macarons con remolacha. Estos dieron paso a una zanahoria acompañada de ortiguilla e hinojo. Seguida de unos falsos guisantes y un bloody mary con helado de cebolletas.
A continuación llegó el turno de la ostra canalla, con papel de frutos rojos y kimchi, la cigala verde con pan de algas y el carabinero al cerdo ibérico.
El protagonista del tercer acto fue el solomillo de retinto en dos pases: en tartar con sorbete de mostaza, y asado con costra crujiente de hierbas. Antes del postre probamos su Torta del Casar en contraste con membrillo y aceite especiada. Y en el cierre final estuvieron presentes piña, cereza y golosinas.
Bodega de Restaurante Atrio Cáceres
José Polo, la otra gran mitad de Atrio, confesaba en una entrevista concedida a Selectus Wines que, tras abrir un vino de 1939, reparó “en lo que podía ser la España de ese año con una guerra a cuestas, casi sin hombres para recoger la uva”. Toda una declaración de intenciones en palabras del mejor jefe de sala según la Real Academia de Gastronomía e ideólogo de una bodega única en España.
El sótano de esta casa tiene más de templo dedicado al dios Baco que de simple sucesión de estanterías repletas de botellas. Es esta una formidable aventura enológica que se remonta a cosechas que superan los 200 años de antigüedad. Donde el siglo XIX y el XXI se dan la mano a través de un hilo de colores tintos, blancos y, a veces, dorados.
Si, además de ver las joyas, puedes comprobar cómo te quedan, suponemos que la atracción aumenta. Eso nos pasó a nosotros a la hora de elegir el vino en una carta que incluye cientos de referencias. Y que se presenta en un tomo de formato catedralicio. Es de justicia aclarar que hubiera sido imposible acertar sin la inestimable ayuda del sumiller José Luis Paniagua, un profesional de los buenos, sin estridencias, preparado para explicar a cada cliente el arte del buen beber.
Nos gustó: la relación calidad – precio de la oferta especial que escogimos en su web para una noche y una comida o cena.
Lo peor: la resaca posterior a la boda que nos impidió degustar el que dicen es uno de los mejores desayunos de España.
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