‘Huevos, limones y…’, por Ignacio Carnero

Ha llovido mucho ya, ¡y ojalá siga haciéndolo por lo menos otro tanto tiempo igual!, pues, así como quien no quiere la cosa, han transcurrido cuarenta años desde aquella Navidad de 1971, cuando este ilusionado alevín de escritor, punto menos que recién estrenado entonces en las duras lides literarias, se vio vinculado con la salmantina villa de Ledesma al encomendársele la redacción del auto Siempre en diciembre.

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Iglesia de San Miguel

Aunque premiados bastantes de sus trabajos narrativos con anterioridad, fue la publicación de su libro de relatos Un camino hacia la esperanza, candidato al premio Nacional de Literatura Miguel de Cervantes y al Fastenrath, de la Real Academia Española, el que cautivó la atención de varios miembros de la Asociación de Amigos de Ledesma, moviéndoles a confiarle la redacción dramatizada, para su representación anual en el teatro-cine San Miguel, de cierta leyenda piadosa muy arraigada en la localidad. Según la cual, en la iglesia de Santa María la Mayor de dicha villa reposan los restos de los pastores Jacobo, Isacio y Josefo, primeros mortales que adoraron al Niño en Belén, mientras, también es fama, en el cielo resonaban himnos de gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad…

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Restaurante ‘La Fernandica’

Evidentemente, esa tradición encierra una dudosísima autenticidad, pues nadie acierta a explicar qué pintan en este perdido rincón del universo tales reliquias. Si bien es algo similar a cuanto ocurre no sólo con los cientos de espinas de las que entretejieron la corona que ciñó la cabeza del mártir del Gólgota, desperdigados por otros tantos templos y conventos del anchuroso mundo, sino también con los miles y miles de diminutos fragmentos de madera de la cruz; con aquella pluma de las alas del arcángel San Gabriel; con un colmillo cariado del anacoreta San Barsanufio; y con un disparatado y cándido etcétera, que alguien quizá intentará engrosar con una supuesta lágrima de la Magdalena cuando enjugaba el sudor del Nazareno camino del Calvario…

Estrenada Siempre en diciembre con notable éxito, pero flor de un día, es de suponer que no volvió a representarse la breve obra. No fue óbice dicha circunstancia, empero, para que el autor, que no es otro sino el bitacorista firmante, dejara de acercarse con relativa frecuencia a la vieja Bletisa junto al Tormes para perderse, hechizado, por sus callejuelas bien empedradas y sus arboladas plazoletas, disfrutando del embrujo de siglos remotos que aún habita en el corazón de la villa, entre los recovecos de su muralla, en su granítica fortaleza, en sus iglesias, en los soportales de su plaza Mayor…

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Alubias de ‘La Fernandica’

Pero, indefectiblemente, luego de deleitar su espíritu con tanta belleza allí atesorada, procuró y procura obsequiar también su paladar en una de las más sorprendentes cocinas que todavía existen, rezumante de puros sabores gastronómicos de ayer, caseros y a fuego lento, a la sombra de la maravillosamente restaurada iglesia de Santa Elena.

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Callos de ‘La Fernandica’

En las paredes de La Fernandica, que así se bautiza el recoleto y acogedor establecimiento de nuestros pecados, cuelgan azulejos con refranes, consejos y consejas, frases y versos más o menos ingeniosos y celebrados por los lectores, mas todos ellos más viejos que la ribera del río: El camello es el animal que más aguanta sin beber ¡No seas camello!… Si bebes para olvidar, paga antes de empezar… Si quieres tener dinero quédate siempre soltero… La buena vida es cara; la hay más barata, pero no es vida… Más barato iría el pan si no lo comiera tanto holgazán… Si doy, a la ruina voy; si fío, aventuro lo que es mío; si presto, al pagar veo mal gesto; para evitar todo esto, ni doy ni fío ni presto… El hombre que, habiendo vino en la mesa, bebe agua, es como el que tiene novia, que la mira y no la besa…

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Huevos con limón

Puede allí degustarse una amplia variedad de manjares puros, no emputecidos con mixtificaciones, como los que de verdad cocinaban nuestras tataradeudas. Pero la obra maestra por excelencia de su cocinera, por buen nombre Teresa -la amabilidad personificada, y que acaso también recuerde por ello a las abuelas antiguas-, es una impar ambrosía, que la simpática mujer adereza como con mano encantada, la cual es obligado airear a los cuatro vientos para general conocimiento, y cuya composición es tan sólo a base de huevos bien cocidos, jugosos limones en su punto de acidez, aceite de oliva virgen, un pizco de sal… y, sobre todo, un toque de gracia, secreto y mágico.

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Tabla de quesos de ‘La Fernandica’

¡Plato humilde, singular en los tiempos que corren, y por el que, quizá y sin quizá, junto con un puñado de las típicas rosquillas de la localidad, merecería la pena acercarse incluso a pie, sin exageración alguna, pese a los treinta quilómetros que distan desde la capital hasta la plácida villa de Ledesma y La Fernandica, ésta dicen que centenaria! Autor: Nacho Carnero