Qué ver en Candelario, uno de los Pueblos más Bonitos de España

Si tuviéramos que elegir otro sitio más para sentirnos en casa, además de Madrid, Salamanca, León y Gijón, ese lugar sería el bellísimo pueblo de Candelario. Ubicado en la sierra de igual nombre, a tan solo 76 kilómetros de la ciudad del Tormes, fue declarado conjunto histórico-artístico en 1975. A continuación, te proponemos los mejores sitios que ver en Candelario.

Caminar por sus empinadas calles, parando de fuente en fuente, entre las viejas casas señoriales de no más de tres pisos, es una verdadera delicia para el paseante. Así como contemplar los balcones de madera y las típicas batipuertas que las protegen de la nieve.

Calles típica que ver en Candelario

Si algo caracteriza a Candelario es cómo ha sabido mantener la esencia del pasado, sobre todo, en sus viviendas con las tejas ‘del revés’ para protegerlas de las frecuentes nevadas y bajas temperaturas. Además del típico desván donde todavía son muchos los vecinos que curan la matanza casera con el humo de madera de castaño. O los ‘amarres’ para el ganado a la entrada del hogar.

Amarres que ver en Candelario

Qué ver en Candelario

  1. Ermita del Humilladero, la más importante que ver en Candelario
  2. Museo de la Casa Chacinera
  3. Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
  4. Batipuertas, una de las imágenes más típicas que ver en Candelario
  5. Las regaderas de Candelario
  6. La cabina de madera, un imprescindible que ver en Candelario
  7. Las fuentes de Candelario
  8. Arquitectura típica que ver en Candelario

1. Ermita del Humilladero, la más importante que ver en Candelario

Justo a la entrada de Candelario, la Ermita del Humilladero está dedicada al Cristo del Refugio. Es del siglo XVIII y está dotada de un porche sostenido por cuatro columnas. En su interior, puede contemplarse un retablo de madera con la imagen del Cristo, por el que los candelarienses sienten gran devoción.

Qué ver en Candelario: Ermita del Humilladero

2. Museo de la Casa Chacinera

Abrió sus puertas es 2008 y es ideal para ir con niños. Se trata de una visita teatralizada donde, además, pueden degustarse productos típicos del pueblo, como embutido o perronillas.

3. Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

La iglesia parroquial, con un impresionante artesonado mudéjar, además de retablos barrocos y churriguerescos, es el edificio más representativo que ver en Candelario. Su interior está compuesto por tres naves donde se mezclan estilos mudéjar, barroco, románico y gótico.

Qué ver en Candelario: Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

4. Batipuertas, una de las imágenes más típicas que ver en Candelario

Igual os preguntáis qué es una batipuerta. Podéis verla con más detalle en la siguiente foto y, como indicábamos antes, sirven para que la nieve no se cuele en las casas. También, permiten que las puertas permanezcan abiertas para dejar paso a luz natural en los portales. Una imagen clásica que ver en Candelario.

Qué ver en Candelario: Batipuertas

5. Las regaderas de Candelario

Uno de sus signos más característicos que ver en Candelario lo constituyen las llamadas regaderas, con sus cristalinas aguas. Estas pueden ‘programarse’ para limpiar las calzadas en las que se encuentran, así como las colindantes.

Regadera de Candelario

6. La cabina de madera, un imprescindible que ver en Candelario

La encontrarás frente a la Ermita del Humilladero. Esta curiosa foto que hacer en Candelario es de las pocas cabinas teléfonicas construidas en madera que aún se conservan en España.

Cabinas de teléfono de madera Candelario

7. Las fuentes de Candelario

La villa está irremediablemente ligada al agua. En cada de una de las tres entradas al pueblo se construyó una fuente romana que todavía existe: de las Ánimas, de los Puentes y de Lapachares. Y, en las calles de Candelario, existen otras 8 de las que mana agua fresca y limpia: Fuente de La Hormiga, del Parque, de la Carretera, del Arrabal, la del Barranco…

Fuente de la Carretera Candelario

8. Arquitectura típica que ver en Candelario

Si hay algo que llama la atención en esta localidad salmantina, es que la mayoría de casas son iguales. Candelario ha sabido mantener casi intacta la arquitectura típica de las casas chacineras de tres plantas donde predominan piedra y madera. La distribución de estas viviendas era bastante práctica y sencilla: la planta baja se usaba para elaborar embutidos, en la primera planta vivían los dueños y la tercera planta estaba destinada al secado de los embutidos.

Casas tipicas Candelario

Restaurantes para comer en Candelario

Al ser la localidad más turística de la zona, hay una buena variedad de restaurantes para comer en Candelario. Además, en todos los bares os pondrán una tapa a elegir con cada consumición.

El Ruedo

Con el simpático Pepe al frente del negocio, El Ruedo ofrece un menú del día sin competencia de lunes a viernes. Su carta está repleta de auténticas delicias, muchas de ellas en torno al mundo de las setas. Con especialidad en platos de cuchara y carnes a la parrilla, ofrece una de las mejores ofertas de vinos entre los restaurantes para comer en Candelario. Precio alrededor de 30 euros/persona.

Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso
Carpaccio de ibérico, foie y jamón El Ruedo
Carpaccio de ibérico, foie y jamón

La Artesa

La Artesa se encuentra en plena Calle Mayor 57, con propuestas sugerentes y variadas. Ensalada templada de boletus con confitura de tomate; arroz meloso con gambas y setas; estofado de alubiones con almejas en salsa verde; albóndigas de retinto con ragut de calamar…

Además, los postres de uno de los mejores restaurantes para comer en Candelario son para el recuerdo. Durante el verano, habilitan una coqueta carpa en el jardín que, de noche, resulta de lo más romántica. Precio alrededor de 35 euros/persona.

Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas La Artesa
Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas
Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon
Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon

La Posada de Candelario

La Posada de Candelario es una antigua casa chacinera del siglo XIX, convertida en hotel rural, en la calle Enrique Fraile, 31. Su acogedor salón de comidas está especializado en parrilladas y carnes a la parrilla. Uno de los restaurantes para comer en Candelario donde saborear el auténtico sabor serrano.

Parrillada de buey y verduras La Posada de Candelario
Parrillada de buey y verduras

La Candela

Con una decoración muy cuidada, al igual que la elaboración de sus platos, La Candela se localiza en Núñez Losada, 19. En uno de los últimos establecimientos en sumarse a la lista de restaurantes en Candelario, prima el producto local, cocinado con mimo y muy bien presentado. Imprescindible reservar.

Carpaccio de presa ibérica, jamón y foie La Candela comer en Candelario
Carpaccio de presa ibérica, jamón y foie
Tartar de amanita caesarea y trucha ahumada La Candela
Tartar de amanita caesarea y trucha ahumada

Hoteles en Candelario

Al tener allí nuestra casa, nunca hemos probado ninguno de los alojamientos del pueblo. Pero son muchas las casas rurales, hostales y posadas donde se puede pernoctar por menos de 50 euros la noche. Todos los restaurantes en Candelario de los que os hemos hablado, excepto La Candela, disponen de habitaciones para huéspedes. Podéis encontrar toda la oferta hotelera de Candelario aquí.

*Este artículo fue escrito en 2011, pero toda la información ha sido actualizada en 2022.

Restaurante ‘Artesa’, capricho gastronómico en Candelario (Salamanca)

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena La Artesa Candelario

Como sabéis aquellos que nos leéis habitualmente, Candelario es, después de Madrid, Salamanca y Léon, nuestra segunda casa. En ella nos sentimos como pez en el agua, paseando por sus empinadas calles, bebiendo de sus fuentes, contemplando los paisajes naturales y disfrutando de su excelente y variada gastronomía como la que ofrece Restaurante Artesa.

Ya os hemos hablado de algunos de sus restaurantes, en los que abundan los platos micológicos, guisos típicos de la zona, como el calderillo bejarano, asados o truchas de río. Pero lo tradicional no tiene por qué estar reñido con la innovación, y en Restaurante Artesa dan buena muestra de ello. La carta es completa y muy variada, con propuestas tan sugerentes como ensalada de pechuga de gallo escabechada con rulo de cabra y piñones; lomos de sardinas ahumadas sobre kumato; albóndigas de retinto con ragut de calamar o milhojas de solomillo de ternera con foie y setas.

Durante la época estival habilitan una carpa en el jardín, convirtiéndolo en un coqueto y romántico espacio en el que disfrutar de los mejores manjares con el único sonido del agua de la fuente que lo preside.

Comenzamos con tres entrantes frescos, de cuidada textura y presentación, y a cada cual más delicioso: ajoblanco con langostinos, salmorejo y gazpacho de cerezas del Jerte y licor.

Ajoblanco con langostinos La Artesa Candelario
Salmorejo La Artesa Candelario
Gazpacho de cerezas del Jerte y licor La Artesa Candelario

Seguimos con bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas, una tajada fresca, muy bien cocinada y contundente.

Bacalao confitado con crema de aceite de oliva y tripas estofadas La Artesa Candelario

Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon, sorprendente y delicioso.

Atún rojo a la plancha con reducción de Módena y sal Maldon La Artesa Candelario

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena, jugosa y tierna, con el exquisito toque del queso de oveja servido en cucharita.

Pluma ibérica con salsa de Torta de la Serena La Artesa Candelario

Postres ideales en Restaurante Artesa para los más golosos

Los postres son apetecibles cada uno de ellos, pero había que elegir… Mousse de chocolate con natillas inglesas, ideal para los adictos al azúcar.

Mousse de chocolate con natillas inglesas

Sorbete de mojito

Sorbete de mojito Candelario

Crema de mascarpone con mango helado y azafrán, genial la idea de la fruta helada y el color que adquiere la mezcla por el toque de la cotizada especia.

Crema de mascarpone con mango helado y azafrán Candelario

Nuestro acompañamiento, un Viña Pomal Reserva 2006, excepcional.

Viña Pomal Reserva 2006

El precio medio es de 40 euros por persona, una relación calidad-precio fantástica.

En Candelario también hay restaurantes en los que se puede comer menú del día por 12 euros, como El Ruedo. Si preferís las populares carnes de la zona, no dejéis de visitar La Posada de Candelario o La Candela.

Artesa es también un hotel rural con siete habitaciones y está situado en pleno centro del pueblo, en el número 37 de la Calle Mayor.

De tapas en Salamanca, ruta por los mejores locales

Bali hot dog Tapas 2.0 Salamanca

Todos sabemos que tapear en Salamanca es hacerlo en una de las mejores ciudades del mundo. Pero hoy queremos mostrarte algunos lugares donde los pinchos han dejado la tradición para convertirse en pequeñas obras de arte. Olvídate de calamares y morunos, y empieza a familiarizarte con las ‘gastro-tapas’. Sin moverte de los alrededores de la bellísima Plaza Mayor, te proponemos establecimientos indispensables para disfrutar del nuevo concepto de tapas en Salamanca. Sus pilares, la cocina de mercado con productos autóctonos y mucha, mucha creatividad.

Ruta de bares para para tapear en Salamanca

Cuzco Bodega

Juan del Rey, 5

En el número 5 de la calle de Juan del Rey se ubica Cuzco Bodega, de los propietarios del restaurante de igual nombre. Con una carta de tapas en Salamanca de lo más variada y un servicio realmente amable, ofrecen también raciones. Carpaccio de bacalao con tomate aliñado, burrito de pato confitado, canelón relleno de marisco en salsa holandesa… O una pequeña selección de mini hamburguesas: morucha, morcilla con cebolla caramelizada, pollo al curri o rabo de toro. Los ‘callos de mi madre’ son, sencillamente, impresionantes.

Callos Cuzco Bodega Salamanca
Callos, en ‘Cuzco Bodega’
Minihamburguesa de morucha en Cuzco Bodega Salamanca
Mini hamburguesa de morucha en ‘Cuzco Bodega’

Oro Viejo

Plaza de San Benito, 5

Héctor Carabias cuenta con una dilatada experiencia, habiendo trabajado con algunos de los cocineros de mayor reconocimiento de España. En Oro Viejo trabaja producto de primera calidad para recuperar sabores tradicionales. Croquetas de cocido con mermelada de pimientos asados, taco de panceta asada, salsa de curri, boniato asado, encurtidos y cilantro, ceviche de salmón, leche de pomelo, canchita y tamarindo

Tapa Oro Viejo Salamanca
Parrillada de verduritas frescas con sus crujientes y yemas semicuajadas © Oro Viejo

Tapas 2.0

Felipe Espino, 10

Nuestros lectores ya conoceréis Tapas 2.0, uno de nuestros favoritos para tapas en Salamanca. Actualmente, cuentan con dos locales regentados por Jorge Lozano -en la cocina- y Soraya Sánchez -detrás de la barra-. Hemos ido probando muchos de sus pinchos en diferentes visitas. Patatas bravas, croquetas, sopas de ajo, menestra de verduras con cordero, patatas con costilla, mejillones en escabeche casero, callos y morros de ternera guisados

Bali hot dog Tapas 2.0 Salamanca
Bali hot dog, en ‘Tapas 2.0’
Callos Tapas 2.0 Salamanca
Callos y morros de ternera guisados, en ‘Tapas 2.0’

iPan iVino

Felipe Espino, 10

Luis de Andrés cambió Madrid por Salamanca, pero conseguió hacerse hueco rápidamente en la gastronomía charra. iPan iVino es ya un referente de las tapas en Salamanca. Con una carta en formato de ración y media ración, su oferta de vinos es una de las más interesantes de la Ciudad del Tormes. Mollejas de ternera con curri rojo, timbal de morcilla, pera y queso de Hinojosa, burrito de secreto ibérico con achiote, verduras y guacamole, sardinas ahumadas con ajoblanco… Dispone de menú diario de lunes a viernes no festivos.

Steak tartar ipan ivino Salamanca
Steak tartar en ‘iPan iVino’
Carpaccio de buey ipan ivino Salamanca
Carpaccio de buey ‘iPan iVino’

La Sastrería Del Mercado

Plaza del Mercado, 8

Mollete de carne mechada con queso fundido y trufa, burrito de pollo con kimchi y pico de gallo, ensaladilla rusa del sastre, alcachofas en tempura con parmesano y barbacoa japoLa Sastrería Del Mercado se adaptó como un guante a la oferta de tapas en Salamanca desde que abrió sus puertas. Y ya es otro imprescindible.

Panceta glaseada, mahonesa japo y cebolla morada encurtida La Sastreria del Mercado Salamanca
Panceta glaseada, mahonesa japo y cebolla morada encurtida © La Sastrería del Mercado Salamanca

Las Tapas de Gonzalo

Plaza Mayor, 23

Bravas, croquetas de jamón ibérico, manitas de cerdo, steak tartar de morucha, sashimi de atún rojo… Si buscas tapas en Salamanca con vistas a la Plaza Mayor, Las Tapas de Gonzalo es tu sitio. Producto de calidad y creatividad son dos de sus señas de identidad.

Bravas Las Tapas de Gonzalo Salamanca
Bravas © Las Tapas de Gonzalo

Vinodiario

Plaza de los Basilios, 1

Con una de las mejores cartas de vinos por copas para tapear en Salamanca, Vinodiario cuenta, además, con una coqueta terraza. Tostas, tablas de embutidos, ensaladas muy apetecibles y propuestas como papas arrugadas con mojo picón verde o pasta fresca con parmesano y rúcula, te esperan.

Papas con mojo Vinodiario Salamanca
Papas arrugadas con mojo picón verde en’Vinodiario’

¿A qué estás esperando para descubrir las mejores tapas en Salamanca?

‘Mesón Viejo del Jamón’, los mejores ibéricos en Salamanca

Jamon iberico Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca

A 17 kilómetros de Salamanca, en Cuatro Calzadas -término de Martinamor- se encuentra el Mesón Viejo del Jamón, un restaurante ‘de los de toda la vida’, por el que a lo largo de los años han pasado miles de personas que transitaban la Ruta de la Plata en uno u otro sentido.

A pesar de que la construcción de la autovía que lleva hasta Béjar hace que ya no se pase delante de él, merece la pena coger un pequeño desvío para ir a disfrutar la joya de la casa, el jamón ibérico, además de otros embutidos y sus excelentes carnes.

Jamon iberico Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca
Jamón ibérico
Queso Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca
Queso
Mollejas Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca
Mollejas
Cochinillo asado Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca
Cochinillo asado
Solomillo de ternera a la pimienta Mesón Viejo del Jamón Cuatro Calzadas Salamanca
Solomillo de ternera a la pimienta

Nosotros lo acompañamos de una jarra de vino de la casa, un pelín dulce, pero todo un clásico en nuestros viajes a Candelario. El precio medio es de unos 30 euros por persona, aunque disponen de menú del día y menú infantil.

En verano, además, puedes aprovechar para tomar un cóctel en su encantadora terraza, El Jardín de Gabriela. Si has llegado hasta el Mesón Viejo del Jamón con niños, aprovecha para que disfruten con piscina de bolas, consolas e hinchables, en la zona especial habilitada para ellos.

Y si te ha gustado el embutido tanto como a nosotros, en su tienda puedes llevarte a casa la mayoría de productos de su carta envasados al vacío.

‘El Ruedo’, restaurante micológico en Candelario (Salamanca)

Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo Candelario Salamanca

A la entrada del pueblo más bonito de Salamanca, Candelario, se encuentra el mejor restaurante de la localidad, El Ruedo. En su cocina tradicional destacan platos muy elaborados donde siempre prima el producto de mayor calidad. Verduras de temporada de su propia huerta ecológica, setas, así como carnes, quesos y embutidos ibéricos de la comarca.

Carta micológica

Destaca su amor incondicional por la micología, con presencia de diferentes especialidades con setas entre su oferta culinaria: sopa de hongos con foie y piñones; revuelto de rebozuelos con hebras de calamar; tartar de amanita caesarea y trucha ahumada; lagarto ibérico con oreja de Judas y hongos; lomo de ciervo con angulas de monte…

Tataki de salmón y rebozuelos El Ruedo Candelario Salamanca
Tataki de salmón y rebozuelos
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso El Ruedo Candelario Salamanca
Boletus con jamón ibérico y parmentier de queso

Su amplia carta está pensada para satisfacer a todos los paladares. Para quien busca opciones de ‘toda la vida’: sopa castellana con huevo escalfado, chuletillas de cabrito lechal o chuletón de morucha. Para quellos que preferimos algo distinto: tataki de salmón y rebozuelos; carpaccio de ibérico, foie y jamón; milhojas de calabacín con morcilla de Burgos, crema del Casar y galleta de cereales; ensalada de melón, menta y salmón ahumado a la crema agria; gazpacho de rúcula y manzana ácida con piruleta de queso de cabra…

Carpaccio de ibérico, foie y jamón El Ruedo Candelario Salamanca
Carpaccio de ibérico, foie y jamón
Tartar de tomate con crujiente de queso El Ruedo Candelario Salamanca
Tartar de tomate con crujiente de queso
Pulpo soasado sobre crema de patata y chips El Ruedo Candelario Salamanca
Pulpo soasado sobre crema de patata y chips

Los postres, todos caseros, no desmerecen el resto del menú: pastel de castañas y chocolate caliente, tarta de queso aromatizada con frutos del bosque, tarta de chocolate caliente con mermelada de naranja amarga y crema de leche, flan de higos o un originalísimo tiramisú ‘deconstruido’.

Tiramisú El Ruedo Candelario Salamanca
Tiramisú
Tarta de queso y té matcha El Ruedo Candelario Salamanca
Tarta de queso y té matcha, en ‘El Ruedo’ (Candelario)

La bodega de El Ruedo es acorde a su oferta culinaria. Vinos de la tierra: Viñas del Cámbrico, 575 Uvas, Zamallón Osiris, Hacienda Zorita, La Zorra… También, una amplia variedad de riojas y riberas. Y pequeñas muestras del Bierzo, Extremadura, Castilla-La Mancha o Costers del Segre, todos ellos a un precio más que competitivo.

Un menú del día de calidad

Y, si buscas menú del día en Candelario, también está disponible de lunes a viernes, con tres primeros y tres segundos a elegir, postre, pan y vino a un precio inmejorable. Y, en fin de semana y festivos, un ‘plato del día’. 

Al frente del negocio se encuentra Pepe, que con maestría torera también atiende la barra donde degustar excelentes tapas y una amplia variedad de vinos por copas. Acompañado de su encantador hermano Félix, han apostado por una cocina distinta en Candelario y se han ganado, con creces, nuestros estómagos y el de cualquier turista que se acerca a este incomparable pueblo de Salamanca. No hay visita por nuestra parte donde El Ruedo no entre en nuestros planes.

‘La Fernandica’, una taberna auténtica en Ledesma (Salamanca)

Callos de ternera

Quedan cada vez menos sitios auténticos donde disfrutar comida casera de verdad, de la que hacen madres o abuelas con mimo durante horas. Uno de esos lugares es la Taberna La Fernandica, en la localidad salmantina de Ledesma.

Una casa de comidas con tres generaciones a sus espaldas

Tres generaciones han regentado esta humilde casa de comidas donde sin rascarte el bolsillo puedes comer en abundancia platos de toda la vida. Y cuando la definimos así es porque es verdad, se trata de una típica casa de pueblo con tres habitaciones convertidas en comedores, baño y cocina de leña. No te extrañe que te sienten a la entrada de la misma, ya que siempre está lleno, pero no te importe lo más mínimo.

No hay carta ni lista de precios. Mari Tere -hija de Tere, el alma del local- te recitará los platos de memoria y te apetecerá probarlos todos: entremeses, alubias, sopa castellana, rabo de toro, chuletón, codornices, solomillo en salsa…

¡Una de huevos con limones!

La primera vez que fuimos a Ledesma descubrimos los huevos con limones, un bocado típico de los Corpus que, dicen, es perfecto para depurar el organismo tras una noche de fiesta. Desde entonces no faltan en nuestra mesa de La Fernandica cada vez que vamos. ¡Nos encantan!

Huevos con limones La Fernandica Ledesma

Sopas de ajo, en Salamanca es habitual que lleven trozos de jamón y huevo escalfado.

Sopas de ajo La Fernandica Ledesma Salamanca

Patatas revolconas, hechas casi puré y bastante picantes, deliciosas.

Patatas revolconas La Fernandica Ledesma

Callos de ternera

Callos de ternera

Tostón cuchifrito, crujiente y sabroso

Toston cuchifrito La Fernandica Ledesma Salamanca

Cordero cuchifrito

Cordero cuchifrito

La estrella de La Fernandica es, sin duda, su mesa de quesos -barra libre- con muchas variedades de Castilla y León. Y donde, como dice Tere, hay que probar el que se sirve a la Casa Real.

Tabla quesos La Fernandica Ledesma

Flan y membrillo caseros a discreción (coma todo lo que quiera) antes del café de puchero y unos chupitos.

Flan casero La Fernandica Ledesma
Membrillo

Durante toda la comida Tere se acercará a tu mesa para preguntar qué tal está todo y repetir sus frases más famosas. «¡Hijos, es que no coméis nada!» o «Come, hija, que estás más delgada que la Schiffer». Lo dicho, comida casera y trato familiar por 20 euros/persona. ¿Alguien da más por este precio?

Dato importante: no aceptan pago con tarjeta de crédito.

‘El Tostón de Oro’, el mejor cochinillo asado en Mozárbez (Salamanca)

Toston asado El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

El Tostón de Oro es uno de esos restaurantes que no se olvidan. No sé si por el calor de la chimenea, los platos de barro, la buena compañía que he tenido siempre o, simplemente, la comida. Casera, preparada con cariño, típica de mi tierra, de mi Salamanca. Sabor a carne asada al horno de leña, a maruja, a vino tinto, al perfume de mi padre (se lo pone en sus canosas barbas y siempre se me queda en los labios cuando le beso). Esas asociaciones que hacemos los humanos, que perduran en la memoria con el paso de los años y sabes que son parte de ti, de tu vida.

Cocina casera y auténtica

El Tostón de Oro no tiene en su cocina a un chef con Soles Repsol, ni un sumiller que asesore sobre los diferentes tipos de vino de su bodega. En su lugar, un modesto comedor y una pequeña carta con las propuestas justas. Pero contundentes: pochas con chorizo, sopa castellana, mollejas de cordero, arroz con bogavante, bacalao al horno o chuletón de ternera.

En una de nuestras escapadas a Candelario, nos acercamos para que Jota lo conociera, y vaya si le gustó. Compartimos unas anchoas del Cantábrico con miel y una ensalada de maruja.

Ensalada de anchoas El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

No sé si todos conocéis este verdadero manjar. La maruja o pamplina es una delicada planta que crece al borde los arroyos y regatos limpios al inicio de la primavera. Y lo hace durante muy pocos días, lo que la convierte en cotizadísima. Se aliña con ajo machacado, sal, vinagre y aceite de oliva y es un acompañamiento perfecto, sobre todo, con carnes. Tiene un cierto sabor terroso y el ajo se queda en el aliento como un demonio, pero es tan diferente a cualquier otra cosa que haya probado que me encanta.

Ensalada de maruja El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

Como su propio nombre indica, el tostón es la especialidad de la casa. Lo bordan. Con la piel tan dorada y crujiente, pero al mismo tiempo con la carne tan tierna y jugosa. En una capital grande como Madrid estaría entre los lugares que todo turista debería visitar, como el archiconocido Casa Botín.

Toston asado El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

Tampoco vamos a restarle méritos al cochinillo cuchifrito (primero cocido y después frito en pequeños trozos). Como veis ambos se sirven solo con patatas, ya que no les hacen falta más florituras ni acompañamientos.

Toston cuchifrito El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

Lo regamos con un buen tinto, de los que nunca falla, un Marqués de Cáceres Crianza 2008.

El Tostón de Oro Mozarbez Salamanca

El Tostón de Oro está en la localidad salmantina de Mozárbez, a doce kilómetros de Salamanca, en dirección a Béjar. Sal de la autovía y haz un pequeño rodeo para encontrarlo. ¡No te arrepentirás!

‘El Alquimista Salamanca’, cocina de autor en la Ciudad del Tormes

Raviolis de buey de mar con curri de espinacas, hierbas aromáticas y polvo de cacahuete El Alquimista Salamanca

Hace ya bastantes meses que nos reencontramos con El Alquimista, pero una comida familiar la pasada semana ha sido la excusa perfecta para escribir este nuevo post gastronómico sobre uno de los restaurantes con más futuro y presente de Salamanca.

La pareja formada por César Niño y Sandra Martín -en la cocina y al frente de la sala, respectivamente- tiene una larga experiencia en el sector y un pasado común en Mugaritz. Además de haber sido los artífices del desaparecido TeVere, local pionero en la ciudad en la denominada ‘cocina en miniatura’.

Restaurante El Alquimista Salamanca

Los mejores platos

Aunque El Alquimista Salamanca ha renovado su carta, la mayoría de platos de esta entrada siguen disponibles. Ya que se han convertido en clásicos que el público demanda, como la refrescante ensalada crujiente de queso de cabra, manzana Granny Smith y vinagreta de miel y mostaza, los delicados raviolis de buey de mar con curri de espinacas, hierbas aromáticas y polvo de cacahuete o los contundentes callos de ternera a la madrileña con taquitos de jamón y chorizo ibérico.

Ensalada crujiente de queso de cabra, manzana Granny Smith y vinagreta de miel y mostaza El Alquimista Salamanca
Ensalada crujiente de queso de cabra, manzana Granny Smith y vinagreta de miel y mostaza
Raviolis de buey de mar con curri de espinacas, hierbas aromáticas y polvo de cacahuete El Alquimista Salamanca
Raviolis de buey de mar con curri de espinacas, hierbas aromáticas y polvo de cacahuete
Callos de ternera a la madrileña con taquitos de jamón y chorizo ibérico
Callos de ternera a la madrileña con taquitos de jamón y chorizo ibérico

El menú del Alquimista Salamanca

Tres pescados y siete carnes son las propuestas potentes del menú de El Alquimista Salamanca. Donde los puntos fuertes son la ejecución y el producto, con guiños a la tierra salmantina en forma de lechazo charro, lenteja de La Armuña o patatas meneás.

Raciones generosas y muy bien presentadas, como un original calamar a la plancha con bizcocho ligero de su tinta y crema de sopa de pan, manitas crujientes y melosas con langostino tigre o bola de cerdo ibérico, falsa morcilla de Hinojosa con calabaza y salsa de naranja.

Calamar a la plancha con bizcocho ligero de su tinta y crema de sopa de pan El Alquimista
Calamar a la plancha con bizcocho ligero de su tinta y crema de sopa de pan
Manitas crujientes y melosas con langostino tigre y vinagreta de lenteja de La Armuña
Manitas crujientes y melosas con langostino tigre y vinagreta de lenteja de La Armuña
Lomo de bacalao confitado con pastel de patatas meneás
Lomo de bacalao confitado con pastel de patatas meneás
Bola de cerdo ibérico, falsa morcilla de Hinojosa con calabaza y salsa de naranja El Alquimista
Bola de cerdo ibérico, falsa morcilla de Hinojosa con calabaza y salsa de naranja

El momento dulce no se queda atrás y cumple con creces la expectativas de los más golosos. Como una inolvidable tarta de manzana al momento, que se sirve caliente para contrastar con el helado de vainilla de acompañamiento. O las sabrosísimas texturas de chocolate con aceite de oliva y sal, y una divertida piña a la piña con piña.

Tarta de manzana al momento con crema doble a la vainilla
Tarta de manzana al momento con crema doble a la vainilla
Texturas de chocolate con aceite de oliva y sal
Texturas de chocolate con aceite de oliva y sal
Cremoso de chocolate al Brandy con crema de castañas El Alquimista
Cremoso de chocolate al brandy con crema de castañas
Piña a la piña con piña
Piña a la piña con piña

La carta de vinos, donde abundan referencias clásicas, deja sitio a algunos de la zona y otras D.O. menos conocidas. Como las de Extremadura, Alicante o Mallorca.

Habla del Silencio

El servicio de El Alquimista, siempre amable, atiende con una sonrisa y buena disposición. El precio medio ronda los 25 euros por persona. Una de las mejores RCP de Salamanca. Los encontrarás en el número 6 de la Plaza de San Cristóbal.

‘Fuentes de Candelario’ (I), por Ignacio Carnero

“Siempre hay nieve en la sierra”… comienza diciendo Eugenio Noel en el maravilloso artículo Cuernos en Candelario, escrito en el primer tercio del pasado siglo, en plena efervescencia de sus campañas antiflamenca, antitaurina, anticlerical y anti todo, en busca de antídotos para tantos males como afligían entonces al país de nuestros pecados, bastante más que cuantos nos aquejan en estos días cada vez más inquietantes.

Después de tantos y tamaños desvelos, pudiendo decirse que en el pecado llevó la penitencia, Eugenio Noel murió en la miseria más absoluta el 23 de abril (¡mal día para morir un escritor de raza!) de 1936, a los cincuenta años de edad, en una cama de alquiler costeada por algunos novelistas y periodistas amigos en cierto hospital barcelonés. Al enviarse a Madrid su cadáver en el ataúd, éste se extravió en una vía muerta de la estación ferroviaria de Zaragoza. Hasta que se descubrió el esperpéntico, rocambolesco,  y macabro suceso, y el infortunado autor, recién muerto y ya olvidado, acaso como premonición de cuanto le sucedería a partir de entonces con el devenir de los lustros y los decenios, pudo, por fin, ser enterrado en el cementerio civil de la capital de la machadiana España, “de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María…”, aunque sin la solemnidad y boato con que pensaban agasajarle la víspera sus colegas, cuando era esperado y no llegó aquella primera vez…

El propio Noel, tan poco proclive al ditirambo, en general, sino todo lo contrario, prodiga y canta excelencias en su ya citado artículo, tales como “Candelario vale la pena de un viaje. Los que no hayáis estado en este pueblo sólo sabréis de él que allí se aderezan los mejores chorizos del mundo. Pero si un día os decidís a visitarlo, aprovechando el ‘encanto irresistible’ de una corrida de toros, tal vez se os olviden los incidentes de la lidia, pero Candelario no se os olvidará jamás, estad seguros. Os habéis de detener ante cada casa, aunque no queráis. Sólo en ciertos dibujos de artistas extravagantes, pero geniales, se ven imágenes parecidas”, etc. Elogios que cualquier otra localidad se ufanaría en proclamar a los cuatro vientos como timbre de gloria.

“Siempre hay nieve en la sierra”…, decía, y ¡ay del día en que aquélla desaparezca no de las crestas serranas, las siluetas, los perfiles y contornos a cual más caprichosos y hermosos que se columbran a simple vista desde aquel pueblo, “maravilla de los artistas”, sino la que no se descubre más que desde el interior de las mismas alturas inmensas! Las que cada año, indefectiblemente, y en toda su magnitud de leguas y más leguas por todos los horizontes, cubren con su aparente levedad y su blancor deslumbrante, borrando de la faz de la tierra durante meses del crudísimo invierno todas las anfractuosidades que conforman las grandes montañas; los despeñaderos pavorosos y los riscos sobrecogedores; las bucólicas praderías, majadas y brañas de estío; los barrancos, cuevas, simas y cavernas sin cuento, henchidas de misterios brujescos. Incluso las lagunas de caudales sin fondo, en el solsticio hiemal sólo frecuentadas por águilas, buitres y gavilanes altaneros; algún que otro quebrantahuesos; alcotanes, halcones y el resto de avechuchos más o menos gigantes; así como por fieros lobos legendarios; y, ¡cómo no!, por jabalíes con sus camadas de cochastros, conejos, liebres y mil otros animales que deleitan los más selectos paladares.

Hasta cuando se despiertan los cálidos alientos del buen tiempo, y aquellos rigores invernizos a los que se asoman todos los silencios, se trastruecan en placidez de égloga, en resurrecciones de alegría por entre los sudarios de muerte y nieve reventando primaveras, y reaparecen los canchales con musgos de siglos y líquenes vírgenes montañeros. De unas montañas plagadas de millones de perlas de rocío, reverberos de nieve bajo los soles y las lunas. Las cuales, si ayer estaban coronadas de nubes algodonosas, hoy son de fantásticos rosicleres cervantescos; mañana, de rayos y relámpagos magníficos y truenos horrísonos, que abren aquellas entrañas preñadas de corrientes de aguas subterráneas, que comienzan a derramarse, pletóricas y vivificantes, por todos aquellos abruptos contornos, siguiendo por regaderas, acequias o regatos perfectamente canalizados a lo largo de las orillas de las calles candelarienses, por donde las aguas de los neveros bajan cantando la seductora canción de las ondinas, invisibles a simple vista, y sobre las que se cuenta que en los conticinios -esas horas mágicas de la noche en que todo está en silencio- se corporeizan, desnudas, tiesas las cumbres de sus turgentes gracias femeniles por las dentelladas del frío.

Rústicas fontanas sin tritones ni sirenas, sin angelotes mofletudos o meones, ni  monstruos marinos de bronce o piedra jugando con las aguas de plata, como en los palaciegos jardines y los grandes parques de las metrópolis más antañonas.

Si bien el firmante ya peina canas, y aun cuando, como dijo el poeta, tiene más al alcance de la mano los pámpanos de octubre que las rosas de abril, todavía bebe a diario los vientos por las musas. A todas las cuales, mientras vaga, divaga y sueña por estas laberínticas, sinuosas, pinas y empedradas callejuelas, persigue en su soledad, envuelto en la melancolía de sus añoranzas bajo las sombras de castaños, nogales, tilos, robles, fresnos, abedules, pinos, alisos y arrayanes, así como bajo los vuelos de chirlomirlos y aguzanieves; de nada venerables urracas y murciélagos enloquecidos; y bajo los irisados revuelos de libélulas, mariposas y fosforescentes luciérnagas.

Son numerosas las fuentes de nombres hermosos desparramadas por doquier en este Candelario, que cada día que amanece cautiva con renovado embrujo, hechizo y fascinación… Como las del Parque, el Arrabal, el Barranco, las Ánimas, los Perales, la Romana, la Hormiga, la Cruz de Piedra, la fuente Chica, la de la Carretera, etcétera, en todas las cuales se bañan, seductoras, las ondinas, esas ninfas que moran en las aguas. O las mitológicas náyades, que habitan en los ríos y las alfaguaras; las dríadas, esas sílfides de los bosques, cuya existencia dura lo que la vida del árbol al que se suponen unidas; las diosas, esas falsas deidades femeninas; o las musas, cada una de esas divinidades que protegen a las ciencias y a las artes liberales, en especial la poesía, que alientan a raudales en este paraíso perdido…

‘Una cuchara en Los Arapiles’, por Ignacio Carnero

Cuchara Arapiles

Pues parece mentira, aunque sea una verdad perogrullesca, incontestable a todas luces, que así como quien no quiere la cosa han transcurrido ya casi doscientos años desde el memorable 22 de julio de 1812, fecha aquella en la que se libró la célebre batalla entre los dos altozanos conocidos como Los Arapiles, el Grande y el Chico.

Resulta igualmente asombroso y punto menos que increíble, que, al cabo de estos dos siglos con incontables millares de curiosos explorando y husmeando por aquellos inhóspitos parajes en busca de tesoros históricos de cualquier tipo -como un relicario, una medalla, un hueso, una bala, un diente, una moneda, un botón, una insignia, un dije, una herradura, un amuleto, una sortija, etcétera-, haya sido el bitacorista, que de tarde en tarde se pierde sin mucho venir a cuento por aquellos andurriales, quien hallara como por ensalmo no hace tanto tiempo una antigua cuchara sopera, herrumbrosa tras tantos años de abandono bajo la cruda intemperie de soles despiadados, escarchas, tormentas, nieves, hielos, ventiscas esteparias y todos los cierzos desatados del universo…

Cuchara Arapiles

Porque desde aquel glorioso miércoles, festividad de María Magdalena, penitente, san Platón y san Teófilo, mártires, y san Cirilo, obispo, cientos de vecinos de aquellos alrededores, miles de forasteros patrios y extranjeros, millones de hombres y mujeres, en suma, atraídos por la nombradía del histórico hecho de armas, han recorrido aquellos yermos de arriba abajo y de abajo arriba, siguiendo las infinitas rutas de la rosa de los vientos, y no sólo palmo a palmo, sino milímetro a milímetro, e incluso con imanes y aparatos idóneos para prácticas zahoríes, sin la gran suerte de hallazgo alguno, ¡oh, desencanto!, digno de mención y gozo, tal como le ocurrió en su día a este columnista.

El cual, tan absorto y embebecido en la recreación imaginaria de la batalla estaba, que en el meollo de su cerebro, en su mente siempre libre parecía estar como reproduciéndose en la lejanía del tiempo el bélico y horrisonante fragor de los cañones escupiendo por sus fauces fuego y muerte; el silbido de los disparos de la fusilería, ya sin peligro, pues suenan, siendo indicio, según dicen, de que ya pasaron; los abracadabrantes relinchos caballares; el tronar de las rocas al saltar por los aires en mil pedazos; y los alaridos de pavor o entusiasmo en los diversos idiomas de las tropas beligerantes, aunque claramente inteligibles, entremezclados, y que erizaban la piel toda y el cabello, e incluso hasta los tuétanos del alma de la sufrida y anónima soldadesca allí aglutinada, compuesta por millaradas de combatientes.

Arapiles Salamanca

Tras resistirse y negar su presencia durante tantísimo tiempo a buscadores sin cuento, tal vez algún reciente chaparrón removió un puñado de tierra en cualquier torrentera, merced a lo cual aquel cubierto metálico salió a la superficie, quedando expuesto al calor y al brillo del sol. Y quiso el azar que a la mañana siguiente el caminante repusiera sus fuerzas descansando en una piedra sus posaderas fatigadas por la ascensión a la cumbre del grande de Los Arapiles, atrayendo la atención de su mirada aquel objeto sobre cuyo mango incidía un rayo solar.

Más contento que unas castañuelas, el paseante tomó en sus manos temblorosas la cuchara, fijando presto sus ojos en la infrecuente letra “W” en aquélla grabada bajo una borrosa corona, al parecer ducal. En consecuencia, comenzó a divagar acerca de su posible propietario, que no debió de ser otro, pues pudo permitirse el lujo de grabar una inicial en sus cubiertos, que el héroe de la Guerra de la Independencia Arturo Wellesley, primer duque de Wellington, vencedor, junto con la lluvia y las hemorroides, de Napoleón tres años más tarde en Waterloo.

Medallon Wellington Plaza Mayor Salamanca

Como quiera que el combate tuvo lugar a diez quilómetros al sur de la capital salmantina, por dicho motivo es también conocida con el nombre de batalla de Salamanca, y se libró entre las tropas mandadas por el ya citado duque de Wellington -constituidas por siete divisiones británicas, una portuguesa y una española-, que infligieron la derrota al ejército napoleónico a las órdenes éste del mariscal Marmont.

Como triste colofón a aquel desastre de las huestes invasoras (¡dos mil muertos, tres mil heridos y siete mil prisioneros!), el rey José Bonaparte, vulgo Pepe Botella -por su supuesto alcoholismo- o Rey Plazuelas -por las muchas que inauguró-, debió hacer mutis por el foro abandonando Madrid, y las tropas francesas evacuaron de forma definitiva, primero Andalucía, y después, poco a poco, el resto de la vieja piel de toro que avasallaran un día malhadado.

En el monolito erigido en el Arapil Grande, perfectamente visible a simple ojo en los días claros desde el corazón de la ciudad, durante muchos años existió una hermosa placa de mármol blanco que ostentaba, en justo reconocimiento a vencedores y vencidos, la siguiente inscripción laudatoria: “Arapiles, 22-VII-1912 / Al Ejército español. / Gloria al Ejército portugués. / Loor al invicto Ejército inglés. / Al valiente Ejército francés”.

Monolito Arapil Grande

En la actualidad aquélla leyenda ha sido sustituida por otra que sólo reza el nombre de la pequeña población, así como la fecha en que se disputó la histórica lucha.

Conviene aclarar, por si las moscas, que no existe en sus cercanías establecimiento de hostelería alguna, por ínfimo que éste sea. Por cuanto es menester que quien, por aproximarse el bicentenario de la efeméride, se anime a disfrutar unas amenas horas reviviendo emociones pretéritas en aquellos escenarios antaño bélicos y hoy bucólicos por los cuatro puntos cardinales, se  provea de unos bocadillos de suculenta tortilla española, de impar jamón del cercano Guijuelo o de chorizo único de matanza casera propia de Las Veguillas, e ir regándolo a medida que lo pida la garganta con unos generosos tragos de buen vino, como para dar envidia al mismísimo Bonaparte, quien, ya curado, por supuesto, de sus malditas hemorroides, acaso nos está contemplando desde las alturas de la gloria eterna, imperecedera.

Autor: Nacho Carnero

‘Setas de Cilleros el Hondo’, por Ignacio Carnero

Cilleros el Hondo. Salamanca

Confiesa sin rubor alguno el articulista que, desde que tuvo uso de razón, siempre sintió no ya sólo un miedo cerval, sino hasta pánico, por el simple hecho de imaginar la ingestión de una sola seta venenosa, de cuyas malignidades oyera contar horrores. Como que familias enteras murieron por comer un insignificante hongo en apariencia inofensivo, arrojando por la boca bofes e hígados, destrozados todos los miembros por un pizco de aquellas plantas, que debían de ser sin duda invención del propio diablo.

Hasta que cierto anochecer, el cual no se le olvidará al paseante aunque viva mil años, punto menos que de forma rocambolesca probó una chispa microscópica de turma de tierra, hongo carnoso subterráneo y que guisado es muy sabroso, especialidad de un establecimiento hostelero charro, acreditado por sus productos micológicos.

Durante toda la noche, ¡ay!, que se le hizo eterna, estuvo sin pegar el ojo, porque le parecía que aquel miserable pizco de seta ya estaba causando estragos en su organismo. Pues tan pronto parecía dolerle el bazo, como el espinazo, la oreja diestra, el dedo gordo del pie siniestro o las ingles, pensando que ya no conocería el venidero amanecer.

Mas he ahí que, como si tal cosa, comenzó poco a poco a clarear la noche, llevándose consigo las sombras nocturnas todos los torbellinos de temores, aprensiones, inquietudes y angustias que le atormentaron durante un puñado de horas, largas como Cuaresma sin pan y sólo deseables para los más odiados enemigos. ¡Había comido una seta, y él seguía vivito y coleando! ¡Y vive Dios si estaba exquisita la condenada!

A partir de entonces, pues, y luego de degustar mil variedades y guisos diferentes de aquellos hongos inocuos, los miedos y pánicos de antaño, como por arte de birlibirloque se trocaron en casi auténtica gula, como si tratara de recuperar aquel tiempo perdido.

Elaboradas con primor singular por la imaginación de los cocineros, son convertidas en suculentos manjares de dioses en la mayoría de los casos, llámense de cardo, perrechico o perrochico, lepista, blanquilla, de mayo, de primavera, de San Jorge, etc. Y es que, salvo la no sólo peligrosa, sino mortal -que se lo digan, si no, al emperador Claudio y al archiduque Carlos de Austria, que se permitieron catar la conocida como amanita faloide (por su forma fálica), la multitud de diversidades restantes, en su práctica totalidad, son comestibles, bien que nazcan en lugares tan dispares de la vieja piel de toro, como el Cuartango, Llanes, el bucólico valle de Lastur… o Cilleros el Hondo.

Cilleros el Hondo. Salamanca

Porque en este apartado rincón charro, según los más selectos paladares, florecen unas de las setas más deliciosas del mundo. Y parece ser que fueron tres rezagados soldados de la francesada, que huían con las orejas gachas tras el descalabro sufrido en Los Arapiles, quienes descubrieron que unas que crecían por la ribera derecha del Zurguén, eran las más exquisitas que jamás habían probado en sus dilatadas correrías y batalleos a la sombra de Napoleón, al que habían acompañado desde Austerlitz hasta Jena.

Aunque hoy prácticamente desaparecido, según la noticia que registra el “Diccionario Geográfico…”, (1845-1850), de Pascual Madoz, el citado Cilleros era un “lugar con ayuntamiento en la provincia, partido judicial y diócesis de Salamanca, situado, como manifiesta su nombre, en una hondonada. Las casas ascienden a 36, entre las cuales se cuenta la del Ayuntamiento, que sirve para escuela a la que concurren doce niños bajo el cuidado de un maestro sin título que percibe 500 reales anuales de dotación. Tiene una iglesia parroquial (San Miguel) con cura propio y dos fuentes de excelente agua.”

En la actualidad, circulando por la carretera provincial que discurre desde Aldeatejada hacia Morille, hay que ir ojo avizor para no saltarse a la izquierda el diminuto indicador que señala donde está enclavado el lugar que hoy reclama nuestra atención. De aquellas 36 casas, así como del Ayuntamiento, no queda ni rastro, y sólo se mantienen en pie, aunque malamente, las cuatro paredes de la iglesia. Invaden su interior cardos silvestres, ortigas y jaramagos, por entre los cuales pardean, verdean y rojean en fantástica orgía de colores lagartijas sin cuento entre los escombros de la techumbre que se desplomó nadie recuerda cuántos años atrás, a la sombra de la espadaña.

Cilleros el Hondo

En ésta, dominando aquellos paisajes, los más desolados, por su abandono, en muchas leguas a la redonda, se alza un descomunal nido de cigüeñas que, tal vez en muchos meses, no han avistado a persona alguna, salvo al articulista, que brujuleaba por aquellos parajes en busca de las delicias micológicas descubiertas hace doscientos años.

Así, pues, una espléndida mañana de octubre, el escritor, contento y feliz, atravesó el cada vez más decadente despoblado, en busca de la orilla derecha del Zurguén, al objeto de poder obsequiar en breve su estómago con un suculento festín de las tan elogiadas maravillas, dejando luego su vehículo en un infernal caminejo. Cuando al pronto, estando ya como a un tiro de piedra monte adentro, ¡horror de los horrores, que a punto estuvieron de desmandársele los grifos del pánico!, descubrió que un can gigantesco, de truculentas fauces, se aproximaba, en con rumbo hacia donde se encontraba el solitario.

Si bien afirman que el perro es el mejor amigo del hombre, el firmante, aun cuando no cuestiona el dicho, estima que no se trata sino de un animal irracional y, en consecuencia, se ignora cómo podrá reaccionar. Y aquél, por su grandor casi asnal, seguramente que agrandado por el miedo en aquellas soledades inhóspitas, le recordó al que, mientras devoraba las descripciones con que Conan Doyle pintaba al terrorífico sabueso de los Baskerville, le erizaba el vello de la piel y el cabello. Por cuanto, sin encomendarse a dios ni a diablo alguno emprendió una huida frenética, enloquecida, despavorida, como nunca jamás había corrido en su vida, para resguardarse de tan imprevisto animal en el interior de su automóvil, donde estaría a salvo del cánido.

Mas cuando éste vio a un extraño que se dirigía como un loco furibundo en su misma dirección, el pobre animal, también sorprendido, enfrenó su rítmico y placentero correr para dar media vuelta y poner patas en polvorosa, huyendo de quien invadía sus dominios, perdiéndose en lontananza como alma que llevara el demonio, pues no parecía albergar buenas intenciones, no, aquel invasor de sus cortornos, quien, casi con absoluta seguridad, portaba una navaja setera para degollarlo sin venir a cuento…

¡Adiós, pues, a las setas maravillosas de Cilleros el Hondo, ya que el ‘bitacorista’ jamás ha vuelto a apearse por allí, por si acaso aparece el perro de marras, acompañado de alguna jauría a vengarse del susto morrocotudo que le propinó un mal día!

Autor: Nacho Carnero

‘Crustáceos decápodos, vulgo cangrejos’, por Ignacio Carnero

Quizá parezca una simpleza o perogrullada o, tal vez, sea una impresión equivocada. Pero en estos tiempos que corren, tan desfavorables para la cultura en general dado que en un porcentaje rayano en el cien por cien de los habitantes de países ‘civilizados’ casi todo se reduce a conocer e idolatrar a auténticos chisgarabises que están embolsándose millonadas de euros a base de balones, pelotas, ruedas (salvo las de los esforzados, heroicos y épicos ciclistas, por supuesto) y volantes de potentes bólidos -todo redondo-, conviene recordar e incluso hasta aclarar, pues acaso se trate de la primera vez en su vida que se encuentran con los dos vocablos primeros del título, que se llaman crustáceos ciertos animales artrópodos de respiración branquial, con dos pares de antenas, que tienen costra o caparazón generalmente calcificado, y decápodos, porque están dotados con diez patas, como, por ejemplo, los cangrejos de río.

Aclarada, pues, tan preocupante, vergonzosa e increíble cuestión, el ‘bitacorista’ se sorprende ante el gran cúmulo de remembranzas entrañables y preñadas de nostalgias que casi siempre reverdecen en el interior de su mente por estas fechas ya casi a finales del estío, cuando los mayores cangrejos van ocultándose en las entrañas de ríos, regatos, arroyos y riveras, quién sabe si para hibernar y reaparecer luego con fuerzas renovadas en la siguiente primavera, aún muy lejana.

Habrán transcurrido, a buen seguro, alrededor de cincuenta años, ¡se dice bien y pronto, confirmando la certeza de aquel viejo dicho, según el cual no hay caballo ni viento que corra más que el tiempo!, desde cuando este articulista se inició en la captura cangrejeril, aunque no en el manejo de los aparejos fundamentales y habituales para esa pesca, como pueden ser los reteles y las pértigas con su horquilla correspondiente.

Porque algún tiempo antes, todavía imberbe, y cuando el columnista cursaba sus estudios eclesiásticos en el seminario salesiano de Zuazo de Cuartango (Álava), durante bastantes tardes de asueto de los jueves veraniegos los estudiantes se dedicaban con frecuencia a la honesta distracción de ‘apresar’ cangrejos en tramos cristalinos y poco caudalosos del río Bayas, que discurre por aquel valle. Y conste que se ha escrito adrede apresar (asir, tomar o coger con la mano), pues dichos animales eran así capturados, con valentía, a golpe de yema de sus tiernos dedos introducidos como cebos por entre las oquedades o intersticios de las roquedas musgosas.

Y así, a cada doloroso pinzazo propinado por el cangrejo de turno, éste, ingenuo, engañado, salía de su hábitat natural, prendido a la piel del dedo de los valientes, yendo a engrosar una gran lata de las de queso americano, dentro de la cual, rebosante de agua del propio río y sólo con sal y buen fuego, los mismos sistemas que debieron de usar los trogloditas, en breves minutos se ponían colorados como demonios y servían de suculento y barato aperitivo, al aire libre del valle. Si bien, quien disfrutaba y saboreaba sin rubor alguno -‘cuando seáis padres comeréis huevos’-, la mayor y más carnosa parte de la cangrejada era el director del seminario, cuyo plato rebosaba por norma cada jueves, mientras el resto de los profesores, que tampoco había participado en la sufrida captura de aquellos crustáceos, pecaban de envidia y gula insatisfecha mirando al superior sibarita, del que alguien, que no era otro que el que hoy redacta estas líneas, no podía por menos de mascullar: ‘Quien quiera cangrejos que se moje el culo’…

Pero, en fin, corramos un tupido velo para no proseguir por unos derroteros acaso harto espinosos, y avancemos unos años en el tiempo, ya más modernizados y provistos, por tanto, de los pertinentes reteles y pértigas, al par que nos desplazamos hasta corrientes más próximas a los entornos charros, como los ríos Guareña, en viejas tierras conocidas del sur zamorano, donde nos sorprendieron muchos amaneceres cargados de heladores rocíos y relentes; y, sobre todo, en las aguas del Huebra, donde cierto día sucedió que un familiar aficionado a la pesca y quien suscribe estas historietas, poniéndose ambos el mundo por montera, consiguieron repletar un saco, tal vez con ochenta docenas, que fueron guisadas para todos los gustos, como era lógico, ante tamaña cantidad. Unos, sólo con sal, al objeto de degustar su auténtico sabor; y otros, además de la sal, pimientos verdes, bastantes ajos, un pizco de guindilla, pimentón, un chorro de aceite, unas hojas de laurel, es igual que éste esté o no bendecido el Domingo de Ramos, y a fuego lento, llegando el caldo desde las manos hasta los codos de los comensales, pues nadie ha intentado usar tenedor y cuchillo para estos menesteres.

Cangrejos de rio

Probablemente fueran de los llamados americanos (Procambarus clarkii), que por ser nocivos para los cangrejos autóctonos, carecían de límites en cuantías y largores, al objeto de conseguir su exterminación, objetivo éste que jamás se logró ni logrará.

Era ya la época en que se establecía una más estricta normativa, vigilancia y control en torno a la práctica de esta actividad, imperando siempre el número ocho: ocho reteles por barba; ocho docenas de animales, por jornada de sol a sol; ocho centímetros desde el extremo central de la cabeza hasta el de la cola, para cuya medición servía el tamaño de un cigarrillo de marca Ducados.

Pues bien, en vista del éxito obtenido, la entonces larga familia del ‘bitacorista’, compuesta acaso por una veintena de miembros entre padres, hermanos, cuñados, nueras, nietos y sobrinos, organizó una comida campestre en Aldeávila de Revilla, a base de arroz con abundantes y frescos cangrejos recién sacados del agua, y luego, por si alguien se quedaba aún con ganas, más y más cangrejos a discreción, hasta salir por las orejas.

Mas, ¡ay!, quizá hubiéramos descastado la vez anterior todas aquellas aguas, pues el hecho cierto fue que, tras varias horas depositando y levantando reteles, a las dos de aquella tórrida tarde de agosto volvió a hacerse bueno el refrán de que los días de mucho suelen ser vísperas de nada. Y entre el amarilleo burbujeante del arroz sólo lució su rojura un solo cangrejo, ¡uno!, más o menos testimonial, el cual, como era de justicia, fue a parar al estómago del padre, mientras a todos los demás se les hacía la boca agua.

Autor: Nacho Carnero

‘Un calderillo y una gran amistad’, por Ignacio Carnero

Calderillo bejarano

Fue el sábado 25 de mayo de 1968, y, por tanto, se ha cumplido ya la friolera de cuarenta y tres añazos, cuando el ‘bitacorista’ degustó por primera vez en su vida el nutritivo, sabroso y típico calderillo bejarano, al que tanto oyera siempre ponderar.

Aderezado a base de patatas, carne de aguja de ternera (puede que algún día escribamos en este espacio sobre la exquisita ‘ternera de Sorrento’, famosa desde tiempos inmemoriales, pues no en vano aparece ya citada, nada más y nada menos, que en El Quijote); patatas, pues, y carne de aguja de ternera, con el variopinto aditamento de cebolla, tomate, pimiento verde, pimiento morrón, guisantes, orégano, laurel, sal, pimentón, agua, aceite, harina y clavillo de guisar, siendo imprescindible de todo punto utilizar un caldero, de donde proviene su nombre, para cocinar este suculento guiso, originario, al parecer, de la zona bejarana.

Calderillo bejarano

Aunque a bote pronto así parezca, no es, ni mucho menos, que el autor del presente artículo, desde que posee uso de razón lleve cuenta diaria y cabal de cuanto se ha echado a la andorga a lo largo de su existencia. Pues, además de ‘no poder ser, sería imposible’, conforme al pleonasmo atribuido y que, dicen que dicen, pronunció en varias ocasiones aquel ‘genio’ de la torería andante Rafael Gómez Ortega (1882-1960), que se anunciaba en los carteles taurinos con el sobrenombre de El Gallo.

Al cual, por supuesto, no le iba a la zaga aquel otro, también torero, llamado Rafael Guerra Guerrita (1862-1941), quien, cuando le fue presentado el eximio escritor don José Ortega y Gasset (1883-1955) bajo la etiqueta de filósofo, no sintió rubor alguno al demostrar su incultura con la frase, más bien despectiva: ‘Hay gente pa to’ (Hay gente para todo). Dicho éste que se haría célebre, perdurando hasta nuestros días, para aplicar a profesiones extrañas que tanto abundan en estos difíciles tiempos que corren, como, verbigracia, analistas, ‘disyoquis’, acompañantes, canguros, veedores, videntes, esteticistas, rascatripas, en general, kinesioterapeutas, pensadores, ideólogos, tertulianos, visitadores, mercadillistas o rastreros, etc.

Además, se da la circunstancia de que no deben de existir en este mundo muchas personas semejantes al articulista, en el sentido de que mientras redacta estas líneas, a media tarde de un caluroso día de este atípico verano, no recuerda ya cual fue la comida con que ha saciado un par de horas antes su habitualmente escaso apetito. Pues, por costumbre, sigue la máxima de que hay que comer para vivir y no vivir para comer, si bien, en verdad, le produce no poca envidia cuando alguien a su vera devora casi con auténtica gula, pese a cuanto predican al respecto algunos credos, atiborrándose de toda suerte de manjares que antes se han disfrutado con pensamiento, vista y olfato.

Retomando el hilo inicial, pues, hay que aclarar que no es que se tratara de un acontecimiento histórico, digno de figurar en las entretelas de su memoria, el hecho de saborear el yantar que nos ocupa en una fecha concreta, como la registrada al principio de estas líneas. Sino que fue el plato principal que se sirvió en cierta dependencia del Casino Obrero de Béjar, con motivo de la entrega solemne de los premios de su incipiente concurso literario, en torno aquel año al Camino de la Plata, cuyo primer galardón vino a parar a manos del columnista que aquí y ahora divaga, entonces todavía punto menos que recién estrenado en cuanto a trofeos reconocedores de sus obras.

Editado por el Casino Obrero
Editado por el Casino Obrero

Formaban parte del jurado calificador del certamen de marras un catedrático de la Universidad de Salamanca, ya fallecido; el director a la sazón del diario salmantino El Adelanto, también muerto; así como otras dos personas más, expertas en bellas letras, y de cuyas existencias ignora el firmante si aún alientan en el mundo de los vivos; y, por último, el novelista Víctor Chamorro.

Éste, ya entonces tenía en su haber un amplio bagaje de obras de creación y de lides literarias en los grandes premios, amén de una monumental Historia de Extremadura en ocho volúmenes. Y no obstante permanecer continuamente alejado de los círculos seudoculturales donde se cuecen los grandes desaguisados literarios, el escritor continúa acumulando libro tras libro una obra de incuestionable calidad, altura y hondura, reconocida no con tantos galardones como sería de justicia.

Guía de bastardos o Los alumbrados, entre sus más nuevos títulos que han visto la luz, confirman el juicio anterior, siendo Calostros, por el momento, todavía reciente como el pan mollar, el más flamante de ellos, y está integrado por veintiocho relatos magistrales, algunos de los cuales bordean la perfección. El libro, conforme señala la presentación del mismo, “es un viaje a la lactancia literaria y a la magia de las pasiones inconfesables, con historias escuchadas por el autor en su niñez que recorren la geografía de los secretos mejor guardados. El esperpento y la inocencia alumbran los claroscuros de la condición humana, siendo cada narración una historia con sustantividad propia en un contexto de vasos comunicantes, pues los personajes principales de unos relatos intervienen como secundarios en otros, habitando todos una placenta común, Gervasia (Hervás), el escenario de esta pesadilla lírica y atemporal”…

Una obra de Víctor Chamorro
Una obra de Víctor Chamorro

Aquel 25 de mayo de 1968, pues, en la sucinta historia personal del columnista, y sin parafrasear en modo alguno la escena final de Casablanca, supuso el principio de una gran amistad, que alcanza ahora los cuarenta y tres años. Por cuanto por una no descabellada, sino harto coherente concatenación de ideas, al arriba firmante no puede por menos de venírsele a la mente cada vez que se enfrenta a un calderillo, sea en el Tranco del Diablo, en Candelario, en Hervás o donde fuere menester…

Autor: Nacho Carnero

‘La Cueva de La Múcheres, por Ignacio Carnero

Quizá y sin quizá; es decir: con absoluta seguridad, pueden contarse con los dedos de ambas manos los habitantes de la Ciudad del Tormes que saben a ciencia cierta dónde se ubica la cueva con nombre tan extraño que hoy ocupa estas líneas viajeras.

Si bien la citada gruta hace ya un buen puñado de años se encontraba bastante apartada del núcleo urbano, hoy por hoy, como consecuencia de la expansión propia del progreso, por sus proximidades y en jornadas lectivas transitan a diario cientos de estudiantes, camino de las aulas de sus respectivas Facultades. Pues referido rincón, resultante de algún cataclismo mientras se transformaba el caos primero del universo en el mundo más o menos principio del actual, por nadie sabe qué capricho geológico, se halla situado en el límite sur del recinto del campus Miguel de Unamuno, mirando al apacible Tormes, que se desliza a sus pies.

Aunque sólo sea a título de curiosidad, es menester airear al respecto que dicho recinto universitario honra con tal nombre, con todo merecimiento bien es cierto, al más glorioso rector de cuantos rigieron los destinos del viejo Estudio, y de cuyo fallecimiento se conmemora en 2012 con diferentes actos culturales el septuagésimo quinto aniversario. Mas otro mandamás universitario, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, bastante más reciente, harto nefasto, funesto, abominable, nefando, etcétera, adjetivaciones y no insultos, sino definiciones todas ellas sin excepción, ganadas a pulso por sus diversas arbitrariedades lesivas para la Universidad y para nuestra ciudad, pretendió bautizarlo fatuamente con su propio nombre y apellido, considerándose con infinidad de méritos más que el ínclito profesor vasco para ostentar dicha denominación. Merecimientos tales, por ejemplo, como encenagar en un desprestigio nunca visto a la ocho veces centenaria institución académica, primero; y, después, barrer y borrar a la más noble y genuina institución financiera salmantina, extendida no ya sólo a nivel local y provincial, sino hasta regional e incluso nacional e internacional. La cual, por desmor de la ineptitud, la vanidad y el afán desmedido de su presidente en forrarse con euros fáciles, ha desaparecido de la faz de la tierra entre las garras y la codicia de políticos de tres al cuarto, defensores a ultranza de sandeces tales como músculos financieros o la millonaria campaña publicitaria ¿Qué pasa cuando un río se cruza en tu vida?, que aún están en mente de todos. Amén del fichaje, también espléndidamente pagado, de ¡un ex futbolista!, argentino por más señas, para desasnar con símiles futbolísticos, confundiendo de nuevo el tafanario con las témporas, a los empleados de la entidad crediticia tan infelizmente fenecida.

Pues bien; tras este inciso, acaso demasiado largo, pero absolutamente necesario para poner los puntos sobre las íes a un asunto aún sangrante en la ciudad y que interesa a tantísimos salmantinos ignorantes del mismo, es menester contar que la brujesca gruta fue morada mucho tiempo, durante la primera mitad del siglo XX, de cierto personaje medio novelesco, medio tragicómico y un punto salpimentado de poético cuyo inexplicable nombre era invocado con frecuencia por las personas mayores para meter miedo en el cuerpo, amansar y encarrilar a los pequeños más díscolos, revoltosos y berreones: “¡Mira que, si no eres bueno, llamo a la Múcheres!” “¡Que viene la Múcheres, como no te calles!”, en lugar de los clásicos Sacamantecas, Tío del Saco, Camuñas o Coco.

Es realmente asombroso que aún se conserve este espacio en la ciudad, y que las piquetas o las excavadoras hayan respetado este hueco mientras cimentaban los grandes edificios que conforman en la actualidad el campus salmantino. Como no sucedió, por ejemplo, con la aceña donde, según es fama, nació nuestro impar Lazarillo, con la bucólica fuente de la Zagalona, el Teatro Bretón, el Cine Moderno o el Taramona…

En Santiago de Compostela, sin ir más lejos, guardan como oro en paño la Casa de la Troya, plagada de placas conmemorativas, tanto en honor a la simpática estudiantina protagonista de la novela cuanto al autor de ésta. En Madrid, otras recuerdan la casa en que falleció Galdós; en donde escribió o murió Lope; en la que Fígaro se levantó la tapa de los sesos descerrajándose un tiro, etcétera.

Dicen que por las noches, a altas horas de la madrugada, cuando es pleno el conticinio y la ciudad y sus alrededores duermen, de la cueva solitaria salen susurros de cantes flamencos, fandangos, jipíos, palmas y taconeos… Tal vez sean los espíritus jaraneros de cuantos antiguos moradores habitaron allí alguna vez, acogiéndose a la hospitalidad de la tal Múcheres, que ofrecía para dormir el santo y duro suelo de tierra junto al fuego, que malamente caldeaba la espaciosa estancia y todos sus recovecos en los crudos fríos esteparios de aquel paraje inhóspito, y calentaba los míseros pucheros, con los que también se abastecían de agua de la cercana fuente hace años desaparecida, conocida como La Zagalona, aumentativo de zagala, pero convertida por obra y gracia de la ignorancia más grosera en La Cagalona.

Acompañaban a la enigmática vieja murciélagos, ratones, cucarachas, arañas, sapos, ranas; y hasta quién sabe si algún que otro gallo negro, alguna lechuza, algún búho y telarañas, hormigas y escarabajos por doquier, como si se tratara del escenario ideal para la celebración de algún aquelarre. Pues aquella especie de bruja, aunque su escoba, que nunca debió de barrisquear el tugurio y sus aledaños, fuera más rápida que el viento, no iba a desplazarse por los aires hasta los antros de Zugarramurdi…

Accesible a todo el mundo la covacha tras la muerte de su legendario ocupante, y después de albergar durante escaso tiempo cierto establecimiento hostelero mientras, allá por septiembre de 1965, aquel extrarradio se convirtió en asentamiento de la I Feria Monográfica de Ganadería, fue luego refugio constante de mendigos, gentes sin techo, drogadictos, y acogió toda suerte de amores y desamores, turbulentas fogosidades, caricias y besos de parejas rijosas, que en aquella soledad apagaban sus ardentías. Sirvió también de evacuatorio perenne de gentes sin civilizar y testigo de otros menesteres, hasta el extremo de que las dos aberturas que constituyen la entrada principal y la secundaria tuvieron que enrejarse en evitación, a rajatabla, de semejantes desmanes.

Hoy es vecina del Centro de Investigación del Cáncer, en unos de cuyos peldaños de la escalinata de acceso por la puerta trasera, no pocos estudiantes, estudiosos e investigadores se sientan por turnos a fumar sus cigarrillos. Esos que aseguran ser mortales por sus cargas de nicotina, alquitrán, arsénico, benceno, cadmio, polonio y otro cuarto de millar, a lo que dicen, de sustancias carcinogénicas que contienen los malos humos del tabaco y que empodrece desde los pulmones hasta los tuétanos del alma…

En esa caverna malvivió y feneció la portadora de apodo tan misterioso como “La Múcheres”, derivado nadie sabe cómo ni por qué, o si con algún parentesco con mujer, muxer, mulier o mucher. Ocurrió su óbito en fecha imprecisa, a partir de la cual parece ser comenzaron a declinar los temores y respetos de la chiquillería salmantina, llegando al máximo las cuchufletas aquella tarde en que una criatura de las de entonces, al ser conminada como era costumbre por algún mayor -“¡Si no eres bueno, aviso a La Múcheres!”-, el mocosuelo exclamó con toda la desvergüenza del mundo: “¡La Múcheres esa toca al nene pilila!”

Histórico.

Autor: Nacho Carnero

‘Hornazo, un bocado viripotente’, por Ignacio Carnero

Desde varias centurias atrás -postrimerías del siglo XVI o albores del XVII- y hasta no hace tanto tiempo el mujerío y la chiquillería de la ciudad de Salamanca llamaban eufemísticamente padre Lucas al que, en realidad, era conocido como padre Putas. No en vano éste era el encargado de la protección de las rameras locales mientras permanecían desterradas de la casa de la mancebía, extramuros del casco urbano, durante las Cuaresmas. Largos periodos anuales en que, por imperativos eclesiales y municipales al unísono, descansaban en el innoble ejercicio de la medianamente bien remunerada profesión del puterío.

Recuerda el firmante ahora, con claridad meridiana, que en esos tiempos del aludido eufemismo -manifestación decorosa de vocablos cuya franca expresión sería malsonante-, hasta los autores anónimos de los diccionarios eludían aclarar los significados de las palabras consideradas escabrosas por sus mentes retrógradas, calenturientas, cachondas hasta la inverosimilitud y cuyo conocimiento por parte del común de los mortales parece ser que podría conducirles en derechura, ¡qué horror!, a las calderas de Pedro Botero.

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Así, pues, a título de ridículos ejemplos, decir oralmente, pues nadie se atrevería a intentarlo por escrito: ‘paja’, ‘joder’, ‘follar’, ‘picha’, ‘cojones’, o bien otras variaciones sobre atributos, usos y disfrutes sexuales femeninos, masculinos y hermafroditas, sería exponerse gravemente a la condenación eterna, pues se trataba de expresiones chabacanas, en verdad. Las cuales, en los “palabreros”, eran reemplazadas por los llamados salvadores, obsesos del sexo, custodios de la reserva espiritual de Europa, por otras dicciones como onanismo, que no había cristiano que medio entendiera su significado; como fornicar, ¡fornicar!, confundiendo, tal que diría el castizo, el tafanario con las témporas, pues el hecho en sí era idéntico, aunque matizando la salvedad de si se realizaba dentro o fuera del matrimonio; el pene era designado como miembro feo; y la versión grosera de los testículos, era convertida, en expresión fina, como epidídimos. Y es que cuando pateta, entiéndase el diablo, no sea que haya algún malpensado, no tiene que hacer, con el rabo mata moscas…

No fueron gloriosos, por supuesto, sino más bien penosos, pecadorizos, y ahora son considerados desternillantes aquellos tiempos en los que en los periódicos se permitía hacer publicidad de pudibundos trajes de baño femeninos -aún faltaba bastante tiempo para que naciera el biquini-, si bien, según se aclaraba expresamente, sin señoras o señoritas dentro; increíbles tiempos en los que una mujer menstruosa, pues en caso contrario sería considerada monstruosa, se atreviera a recibir en esas condiciones sonrojantes el sacramento de la comunión, que era, ¡casi nada!, una visita personal de Dios a los miserables humanos…

Se entiende a la perfección, pues, que tras cuarenta y muchos días de ayuno y abstinencia, aunque es claro que se utilizaría el recurso siempre a mano -nunca mejor dicho- del citado onanismo, los estudiantes, entonces no había estudiantas ni jóvenas, como disparataría cierta sevillana, presidenta consorte, fueran a buscar alivio y alborozo, que rima con gozo, en las señoras prostitutas que habían permanecido en aquella reclusión obligatoria allende el Tormes, en algún punto del poético valle del Zurguén o de Tejares, éste, antaño, pueblo y hoy barrio trastormesino.

Hornazo viripotente

Dicen bastantes malas lenguas y algún que otro malpensado que ante tamaño y frenético desgaste de virilidad tanto tiempo contenida; y que frente a semejante desfogue de volcanes en erupción que pedían los cuerpos cachondos, hubo que inventar algún reconstituyente poderoso, pues no se podía andar con zarandajas que pusieran en peligro la salud de los hombres del mañana.

Por cuanto alguien un día ideó un gran bocado nutriente como pocos, fortificante a carta cabal y que fuera ideal para, sin más requisitos ni preparativos, engullir en pleno campo, entre descargas furiosas de la libídine, siendo, además, fácilmente transportable, y que ya no necesitara recalentamiento ni cubierto alguno para llevárselo a la andorga. Algo que sí requerían cocidos, alubias, lentejas, por ejemplo, con fama de grandes revitalizadores de fuerzas perdidas en los más dispares menesteres.

Nació entonces, sabroso pero mazorral, el hornazo, que no era sino una gruesa y áspera masa de pan rellena de chorizo sin tino, tajadas de lomo con dos dedos de grosor, pedazos de jamón no menos gordos y huevos cocidos a discreción. El cual invento, con el devenir de las cuaresmas, fue tentando a los más afamados cocineros desde aquel tiempo a esta parte, consiguiendo unos éxitos apoteósicos.

Si bien, a medida que fue desapareciendo la tradición del semanasantero exilio puteril, y perdiendo su urgente razón de ser, sin perentorias reposiciones de fuerzas tan bárbaramente perdidas, fueron puliéndose cada vez más las tosquedades primeras.

Quien más y quien menos ha alardeado de cocinar auténticas maravillas, asegurando todos ellos, como si fuera el no va más, el más difícil todavía, que sus hornazos, verdaderas obras de arte, estaban como para chuparse los dedos, bien es cierto.

No es menos verdadero, sin embargo, que todos ellos han visto minimizados sus triunfos cuando cierta salmantina, metida a cocinera sólo en épocas cuaresmales, convirtió aquel rudo pan en manjar de dioses: pues la áspera masa, por obra y gracia de su inspiración y toque mágico, es delgada, casi como un silbido; el chorizo, de la mejor calidad posible, ibérico y cortado en finas lonchas, al igual que el lomo y el jamón, así como los huevos cocidos, no enteros, sino troceados, con un secreto punto de cocción.

Tan distintos son ambos, como el día y la noche; hasta el extremo de que, cuantos tuvieron alguna vez la envidiable oportunidad de saborear estos últimos, han llegado a temer que con los tales hornazos, en cualquier momento van a hacerle la competencia a la ínclita Venus de Milo, sucediéndole lo mismo que a ella: Que de tanto y tanto chuparse los dedos, primero van a ir éstos desgastándoseles poco a poco; hasta que, a ese paso, se queden luego sin manos; después, sin antebrazos; y así, casi hasta sin la mitad de los brazos… Y es que, en puridad de verdad y sin pasión, ¡vaya si están no sublimes, sino excelsos, superiores, estos patricios hornazos!

Autor: Nacho Carnero

‘Exquisitos peces del Tormes’, por Ignacio Carnero

Iglesia de Alba de Tormes

Meterse en la boca del lobo es exponerse cualquier persona, sin necesidad alguna, a un peligro cierto, de la índole que sea. Es igual que cuando se dice, más o menos finamente, tentar a Dios, buscar pan de trastrigo, jugar con fuego o buscarle tres pies al gato. Pero cuando se quiere manifestar cualquier indignación en grado superlativo, el pueblo llano utiliza otras frases más subidas de tono, rotundas y crujientes. Como, por ejemplo, tocar las partes nobles o los epidídimos, por no decirlo de manera más populachera o chabacana, tal que tocar los cataplines, etcétera…

Muy ricos

Y eso, ni más ni menos que tocar los cojones, algo que no se le ocurriría ni al que asó la manteca, fue cuanto se permitieron en la pacífica villa ducal de Alba de Tormes (Salamanca) el autoproclamado papa Gregorio XVII, fundador y pontífice máximo de la Iglesia Cristiana Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz, ¡aten esa mosca por el rabo!, de El Palmar de Troya (Sevilla), Clemente Domínguez Gómez en el DNI, acompañado por ocho de sus obispos, en la tibia tarde del 17 de mayo de 1982.

Plaza de Alba de Tormes

Pues, luego de retirar por su cuenta y riesgo una señal de prohibición del acceso de vehículos a la plaza Mayor, y una vez en el interior del céntrico y próximo templo del convento carmelitano que guarda veneradísimos recuerdos de Santa Teresa de Jesús, dicen que el invidente mandamás se enfrentó al prior de los carmelitas que por allí estaba, al cual increpó y con el que, según se comenta, forcejeó, sin que el asunto llegara a alcanzar mayores consecuencias, gracias a la mediación de varios peregrinos catalanes, devotos de la santa andariega y doctora de la Iglesia Católica.

Pero, enconados de nuevo y cada vez más los ánimos, y los nervios a flor de piel de los contendientes, parece ser que alguien echó por fuera la llave de la puerta, dejando encerrados a los herejes. Y hubo toque a rebato de campanas, a cuyo enloquecido sonar se dispararon por todos los puntos cardinales de la villa los más inquietantes rumores, en el sentido de que aquellos intrusos pretendían llevarse las preciadas reliquias de la patrona de la localidad. Que Clemente y sus satélites habían insultado a la Santa, a las madres y al pontífice Juan Pablo II, cuya visita se preparaba ya para medio año más tarde, a primeros de noviembre.

Iglesia de Alba de Tormes

¡Y ahí sí que pudo ser Troya! Varios centenares de vecinos armados de ira, zapatillas, coraje, alguna que otra sartén, badilas, piedras, indignación, palos y cayados acudieron hasta los aledaños del escenario de la tropelía que estaba teniendo lugar en aquellos momentos para defender a ultranza las reliquias seculares y las entrañables madres, las religiosas encargadas de su custodia, contra aquel puñado de desalmados, sacrílegos y blasfemos forasteros con sotanas indignas que estaban amasando y cociendo un pan como unas hostias, y a los que les iba a salir el tiro por la culata.

Mal que bien protegidos por miembros de la benemérita, que se las vieron y se las desearon para evitar males mayores, pudieron aquéllos abandonar el recinto sagrado y llegar entre amenazas e insultos hasta sus automóviles aparcados en la plaza. Si bien al final aquella muchedumbre de alrededor de mil albenses, volcó los dos vehículos, golpeando a sus aterrorizados ocupantes, alguno de los cuales es de suponer que pensó en medio de aquella barahúnda engrosar esa tarde, inolvidable en la historia palmariana, la nómina de su martirologio particular.

Alba de Tormes

Sin embargo, no llegó la sangre al río, aunque todos aquellos nueve esperpentos, como escapados de cualquier página valleinclanesca, tuvieron que recibir asistencia sanitaria por las descalabraduras y heridas de toda laya de que fueron objeto, acogidos a la hospitalidad de otro convento cercano, a instancias del párroco y el alcalde en funciones, quienes, junto con la guardia civil, lograron rescatarles y librarles de un más que seguro y trágico linchamiento.

Pero si la sangre no llegó al Tormes, uno de los dos automóviles que utilizaban para su viaje quienes tan felices se las prometían aquella tarde, festividad de San Pascual Bailón, fue empujado y después arrojado hasta la misma orilla desde el pretil del puente medieval por los más exaltados de la multitud. Incluso uno de éstos prendió fuego al Seat-1430 beis, que no volvería a sentir las gruesas posaderas de Clemente Domínguez Pérez en sus asientos, propiciando un espectáculo que los defensores de la mística patrona de los escritores contemplaron no sin cierto alivio. Hasta que sólo quedó la chatarra del vehículo mientras un vozarrón se levantaba sobre el violento crepitar del fuego:

“¡Tenían que habernos dejado matarles -exclamó a voz en cuello-, porque insultar a la santa es como hacerlo a nuestra propia madre!”

Santa Teresa de Jesús

A última hora de la tarde el juez puso en libertad al papa Gregorio XVII y a su séquito, quienes, mohínos y sin que les llegase la camisa al cuerpo, emprendieron el largo viaje de regreso al Palmar de Troya en el coche que se salvó de la quema y en un taxi. Al abandonar el pueblo, cuentan que alguno de los obispos se lamentó:

“¡Y nosotros que pensábamos habernos comido al final de la tarde unas cuantas raciones de exquisitos peces fritos de Alba, que de tanta fama gozan! Y resulta que, por poco, nos los comemos vivitos y coleando o nos devoran ellos a nosotros… Así que a ver si volvemos algún día, de incógnito, eso sí, y nos hartamos -pedanteó- de ese bocatto di cardinali”.

Autor: Nacho Carnero

‘Huevos, limones y…’, por Ignacio Carnero

Ha llovido mucho ya, ¡y ojalá siga haciéndolo por lo menos otro tanto tiempo igual!, pues, así como quien no quiere la cosa, han transcurrido cuarenta años desde aquella Navidad de 1971, cuando este ilusionado alevín de escritor, punto menos que recién estrenado entonces en las duras lides literarias, se vio vinculado con la salmantina villa de Ledesma al encomendársele la redacción del auto Siempre en diciembre.

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Iglesia de San Miguel

Aunque premiados bastantes de sus trabajos narrativos con anterioridad, fue la publicación de su libro de relatos Un camino hacia la esperanza, candidato al premio Nacional de Literatura Miguel de Cervantes y al Fastenrath, de la Real Academia Española, el que cautivó la atención de varios miembros de la Asociación de Amigos de Ledesma, moviéndoles a confiarle la redacción dramatizada, para su representación anual en el teatro-cine San Miguel, de cierta leyenda piadosa muy arraigada en la localidad. Según la cual, en la iglesia de Santa María la Mayor de dicha villa reposan los restos de los pastores Jacobo, Isacio y Josefo, primeros mortales que adoraron al Niño en Belén, mientras, también es fama, en el cielo resonaban himnos de gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad…

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Restaurante ‘La Fernandica’

Evidentemente, esa tradición encierra una dudosísima autenticidad, pues nadie acierta a explicar qué pintan en este perdido rincón del universo tales reliquias. Si bien es algo similar a cuanto ocurre no sólo con los cientos de espinas de las que entretejieron la corona que ciñó la cabeza del mártir del Gólgota, desperdigados por otros tantos templos y conventos del anchuroso mundo, sino también con los miles y miles de diminutos fragmentos de madera de la cruz; con aquella pluma de las alas del arcángel San Gabriel; con un colmillo cariado del anacoreta San Barsanufio; y con un disparatado y cándido etcétera, que alguien quizá intentará engrosar con una supuesta lágrima de la Magdalena cuando enjugaba el sudor del Nazareno camino del Calvario…

Estrenada Siempre en diciembre con notable éxito, pero flor de un día, es de suponer que no volvió a representarse la breve obra. No fue óbice dicha circunstancia, empero, para que el autor, que no es otro sino el bitacorista firmante, dejara de acercarse con relativa frecuencia a la vieja Bletisa junto al Tormes para perderse, hechizado, por sus callejuelas bien empedradas y sus arboladas plazoletas, disfrutando del embrujo de siglos remotos que aún habita en el corazón de la villa, entre los recovecos de su muralla, en su granítica fortaleza, en sus iglesias, en los soportales de su plaza Mayor…

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Alubias de ‘La Fernandica’

Pero, indefectiblemente, luego de deleitar su espíritu con tanta belleza allí atesorada, procuró y procura obsequiar también su paladar en una de las más sorprendentes cocinas que todavía existen, rezumante de puros sabores gastronómicos de ayer, caseros y a fuego lento, a la sombra de la maravillosamente restaurada iglesia de Santa Elena.

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Callos de ‘La Fernandica’

En las paredes de La Fernandica, que así se bautiza el recoleto y acogedor establecimiento de nuestros pecados, cuelgan azulejos con refranes, consejos y consejas, frases y versos más o menos ingeniosos y celebrados por los lectores, mas todos ellos más viejos que la ribera del río: El camello es el animal que más aguanta sin beber ¡No seas camello!… Si bebes para olvidar, paga antes de empezar… Si quieres tener dinero quédate siempre soltero… La buena vida es cara; la hay más barata, pero no es vida… Más barato iría el pan si no lo comiera tanto holgazán… Si doy, a la ruina voy; si fío, aventuro lo que es mío; si presto, al pagar veo mal gesto; para evitar todo esto, ni doy ni fío ni presto… El hombre que, habiendo vino en la mesa, bebe agua, es como el que tiene novia, que la mira y no la besa…

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Huevos con limón

Puede allí degustarse una amplia variedad de manjares puros, no emputecidos con mixtificaciones, como los que de verdad cocinaban nuestras tataradeudas. Pero la obra maestra por excelencia de su cocinera, por buen nombre Teresa -la amabilidad personificada, y que acaso también recuerde por ello a las abuelas antiguas-, es una impar ambrosía, que la simpática mujer adereza como con mano encantada, la cual es obligado airear a los cuatro vientos para general conocimiento, y cuya composición es tan sólo a base de huevos bien cocidos, jugosos limones en su punto de acidez, aceite de oliva virgen, un pizco de sal… y, sobre todo, un toque de gracia, secreto y mágico.

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Tabla de quesos de ‘La Fernandica’

¡Plato humilde, singular en los tiempos que corren, y por el que, quizá y sin quizá, junto con un puñado de las típicas rosquillas de la localidad, merecería la pena acercarse incluso a pie, sin exageración alguna, pese a los treinta quilómetros que distan desde la capital hasta la plácida villa de Ledesma y La Fernandica, ésta dicen que centenaria! Autor: Nacho Carnero

‘Chanfaina de Tejares’, por Ignacio Carnero

Chanfaina

Caminaba con calma y dando reposo al alma, en compañía de su impagable soledad, la más entrañable amiga hasta los tuétanos siempre, y se encontraba ya el paseante en las afueras del salmantino barrio de Tejares. Enlazadas unas a otras por la cintura, un puñado de rapazas, a grito pelado, desaforadamente, cantaba una disparatada, simpática, hoy semiolvidada, pero antaño popularísima cantilena, medio desgargantándose como para enterar a toda la vecindad de su presencia:

'Las 4 hermanas' (Tejares)

Caminaba con calma y dando reposo al alma, en compañía de su impagable soledad, la más entrañable amiga hasta los tuétanos siempre, y se encontraba ya el paseante en las afueras del salmantino barrio de Tejares. Enlazadas unas a otras por la cintura, un puñado de rapazas, a grito pelado, desaforadamente, cantaba una disparatada, simpática, hoy semiolvidada, pero antaño popularísima cantilena, medio desgargantándose como para enterar a toda la vecindad de su presencia:

“Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, ¡tralará!… /  Por el mar corren las liebres, ¡tralará!, por el monte las sardinas… /  Me encontré con un ciruelo, ¡tralará!, cargadito de manzanas… / Empecé a tirarle piedras, y cayeron avellanas ¡tralará!… / Con el ruido de las nueces salió el amo del peral… / Niño no tires más piedras, que no es mío el melonar, que es de una señora vieja, ¡tralará!… que habita en El Escorial…”

Aquel soleado, aunque invernizo mediodía dominguero, el caminante se acercó, por enésima vez en su vida, hasta el permanentemente solitario solar donde en su día se levantara la aceña en que, según es fama, nació Lázaro Tomé González, el más simpático de los pícaros que en la literatura universal han sido. Pero de aquel molino de fábrica pizarreña no resta resto alguno desde bastantes años atrás, merced a la inexplicable e implacable piqueta de una mal entendida civilización. La cual, para tender el puente de una autovía sobre el río y encima de aquellas piedras venerables, como alrededor de unos veinte metros por debajo de ellas, por cuanto no constituían impedimento alguno, no dudó en borrar de la faz de la tierra aquel vestigio del paso por el mundo de Lazarillo de Tormes. ¿Fue imprescindible semejante tropelía? ¿A quién estorbaba en aquel apartado rincón de Salamanca la cuna de su hijo más ilustre? ¡Cuántas ciudades del universo hubieran defendido a ultranza aquella reliquia! Pero, quien quiera aprender, que venga a Salamanca…

Divagaba el bitacorista en torno a estos extremos, cuando una cigüeña perdida en el espacio y el tiempo aterrizó en aquellos momentos sobre uno de los graníticos machones todavía emergentes del agua, que aún perduran y que en su día sustentaron la mole de hierro del puente del ferrocarril llamado de La Salud, camino de la Lusitania.

Y un pescador que por allí acertó a pasar, chistera al hombro y caña en ristre, como descubriendo punto menos que las sopas de ajo, ensartó, sabihondo: “Por San Blas, la cigüeña verás” y otras paremias por el estilo más o menos en consonancia con el evento.

Por descontado, no hay que prestar demasiada atención ni mayor credibilidad a la mayoría de los refranes -dichos agudos y sentenciosos de uso común-, los cuales, a medida que cambian los tiempos, se comprueba que son más y más obsolescentes, pues no se ajustan a la anterior definición del diccionario. Sino que son consecuencia de pareados más bien garbanceros, engendrados por mentes nada brillantes, transmitidos de generación en generación y repetidos hasta la saciedad, como si fuesen dogmas.

En volandas de una racha de viento llegaron ciertos efluvios que pusieron en efervescencia las pituitarias y glándulas salivares del dominguero andariego perdido por aquellos andurriales tejareños. E invitándole a husmear por toda la rosa de los vientos, en breves minutos arribó al Café-bar Las 4 Hermanas, donde le aguardaba, tentador, un suculento plato de chanfaina. Muy común en la barriada, antes pueblo, y aunque prosaico, es guisado como para chuparse los dedos, aderezado a base de abundante arroz aromatizado con toda suerte de especias, tal que ajo, perejil, nuez moscada, clavo, pimienta, laurel, amén de callos y sangre, adornado todo con rodajas de huevo cocido.

Chanfaina

Una cumplida ración bien regada con una copa de Remelluri, puso alas a los pies del cronista, que no pudo menos de sonreír al recordar que alguien, que jamás cató esa ambrosía llamada chanfaina, había parido una sentencia en la que sólo buscaba las asonancias: “En Tejares, no te pares ni en los bares”. Porque quien prueba aquélla, repite, y hasta puede que trueque citado texto por otro que diga: “En Tejares, párate en todos los bares”.

Autor: Nacho Carnero